Por mucho que las autoridades permitan salir a hacer vida normal, los expertos nos advierten que el virus estará con nosotros bastante tiempo, quizá hasta que la mayoría de las personas esté vacunada y/o exista un tratamiento efectivo y sencillo. Y no solo de nuestra ciudad o de nuestro país, sino de la mayoría del mundo. Esto plantea nuevos desafíos en la vida diaria desde ahora.
Un ejemplo sería cómo lograr la normalidad en las relaciones familiares, profesionales y sociales. ¿A quién invito o dejo entrar a la casa con tranquilidad? ¿Dejo ir a un hijo a casa de la novia o de sus amigos de siempre? ¿En la fiesta de cumpleaños la fiesta será la misma que hacía antes? ¿Con los mismos? Queremos dar un abrazo a todos parientes, que son muchos, ¿lo hago sin susto? ¿Parientes y amigos tienen inconvenientes en estar conmigo o están tranquilos en mi presencia? Quizá el lector ya tenga resueltas estas preguntas, o quizá no, pero… ¿Me atrevo a estar en la oficina con mis compañeros de siempre? ¿Cuál es mi actitud en las reuniones de la empresa? Con los vecinos del edificio o de la cuadra el dilema es el mismo. ¿Me entretengo con la gente a la salida de la iglesia o del cine o del club? ¿Voy a un partido de fútbol con los amigos? Pero bueno, no más casos hipotéticos.
Las respuestas dependerán de muchos factores: la extensión del coronavirus en la ciudad donde vivo, el nivel cultural del ambiente donde me muevo, la edad…. Algo importante será la personalidad de cada uno. Si una persona es propensa al temor, a ver todo negro, le llevará a no querer asumir riesgos, y en situación como la actual se acrecentará esa manera de ser y tendrá propensión al aislamiento. Una persona “fresca” tendrá menos dificultades al resolver las preguntas mencionadas de modo afirmativo. Pero en definitiva es cuestión de confianza, en quién confío y en quién no confío.
Confianza, responsabilidad y seguridad. Y como la confianza no se exige, sino que se gana habría que comenzar con la propia disciplina para vivir personalmente el autocuidado recomendado, lo que proporcionará a los demás la seguridad de que no soy un peligro. Y si hubiera la más mínima sospecha la responsabilidad llevará a tomar las medidas necesarias. Y como en esta situación la confianza debe ser mutua, será conveniente preguntar a los otros sobre síntomas, cuidados, etc. Contar lo propio y preguntar con cierta discreción a los demás debe ser lo normal y habitual. La confianza, insisto, exige reciprocidad y transparencia. La confianza es necesaria, pero no es suficiente, debe ir acompañada de verificación de que las cosas se hacen bien.
Hay que conocer bien a las personas con las que vamos a tratar, con sus circunstancias concretas de vivienda, trabajo, relaciones, vida social, etc. Esto no es desconfianza sino prudencia, que recomendamos a los demás que hagan con nosotros. E incluso, como decía, nos adelantamos a contar a los otros los distintos escenarios de nuestra vida. Este compartir información de modo gustoso y amable, pienso que será una de las claves para restaurar la lógica crisis de confianza y así podamos volver a convivir con normalidad. Desde luego podría ser natural que, a pesar de todo, permanezca en el ambiente la duda y la sospecha. Solo con el paso del tiempo, con la prudencia y valentía de todos se volverá a convivir con confianza.