Serenidad es calma, tranquilidad, paz interior, dominio de sí mismo y de las circunstancias adversas o extremas, mesura…Quienes viven así logran vencer las tensiones, crispaciones, intemperancias y desasosiegos que suele producir la incertidumbre, el frenesí de la acción, el vértigo y la prisa. La persona que logra vivir con serenidad actúa por la vía de la serena reflexión, la humildad, el silencio respetuoso y las actitudes acogedoras, llenas de optimismo y esperanza.
Acabo de describir una situación existencial más bien idílica. ¿Será una utopía en la vida profesional y familiar actual, donde prima la inquietud ante el futuro y las decisiones, las metas, la prisa, los plazos, etc.? La pandemia con el consiguiente en encerramiento, que podría habernos ayudado a vivir con más tranquilidad, ha producido sin que nadie se lo proponga, pero sin que casi nadie haga nada por evitarlo, situaciones de ambigüedad, de tensión familiar y de mal clima laboral.
En la serenidad intervienen factores externos que ayudan o dificultan la vivencia de este valor personal, pero sobre todo es un reto personal. Es aprender a manejar las emociones, controlar los actos y no inquietarse por limitaciones o carencias. Serenidad es convertir la vida en una alegre y gozosa experiencia a partir la realidad no de los deseos. Es contrario a la serenidad, ahora y siempre, los gritos y ataques verbales, las humillaciones, afrentas y actitudes beligerantes, que, tarde o temprano, se volverán contra uno mismo, dañando además la autoestima y seguridad propia.
Conviene no tomar decisiones cuando falta la serenidad en el corazón pues el riesgo de no ser objetivos, es decir realistas, es grande. Serenidad y objetividad van de la mano. Ambos valores ayudan a comprender y explicar mejor las cosas; con calma y tranquilidad se está en condiciones de irradiar concordia y calor humano. La serenidad es necesaria tanto en los momentos de gran alegría como en los difíciles y permite enfrentar adecuadamente situaciones conflictivas o de riesgo, y así sostener una actitud de cordialidad, optimismo, y disfrutar de lo que se hace.
¿Con tantos beneficios que proporciona la serenidad, por qué no existe una decisión más firme de adquirir este valor? Quizá porque es costosa o porque no se sabe qué hacer ni cómo. En estas líneas no tratamos de cómo recuperar la calma después de haberla perdido, sino de vivir establemente de un modo sereno. Es decir, de cómo construir el hábito físico-emocional de la serenidad. Conviene advertir que esta cualidad humana no es patrimonio exclusivo de la tercera edad, ni los jóvenes están condenados a no poseerla. Unos y otros se deben atrever a formar este hábito, pues no se suele tener por naturaleza.
Me atrevo a hacer algunos apuntes para este reto. Uno de estos es aprender a mirar los acontecimientos desde lejos, alejarse la realidad inmediata. Pensar y hablar en modo positivo es muy importante, pues el pensamiento y el lenguaje influyen en su propio comportamiento. Visualizar el escenario físico, emocional y de relaciones que se produciría si viviera con calma y serenidad, también sirve. Es decir, sentir los beneficios de la serenidad. Cuando se ha perdido la serenidad o se está en camino de perderla, un programa sencillo de relajación, que tanto abundan en páginas web y en redes, es una buena ayuda. Es un buen plan de desarrollo personal para esta temporada.