“Un mundo feliz” es el título de una novela de Aldous Huxley publicada en 1932 que narra un escenario futurista donde la guerra y la pobreza han sido erradicadas, y todos son felices de modo permanente. Sin embargo, la paradoja es que todas estas cosas se han alcanzado después de erradicar muchas otras: la familia, la diversidad cultural, el arte, la literatura, la religión, la filosofía, el amor. Me vino a la mente esta obra, al igual que Fahrenheit 451, hace unos días al salir de casa. Vi a la gente a mi alrededor paseando o trotando, niños jugando en el parque con sus niñeras, algunos hacían ejercicios fuertes con un entrenador, otros de regreso del trabajo…y todos con máscaras. Tapabocas distintos que escondían gestos y sentimientos. Era una sensación de estar en un mundo irreal con gente anónima y aislada. Ya no eran mis vecinos de hace un año, las familias amigas de siempre, los compañeros vespertinos de caminata…. Era una escena de película, un cuadro surrealista o quizá un sueño sin sentido.
La sensación, que fue fuerte, duró unos segundos, pero me marcó. ¿Qué había pasado? ¿Qué sentido tenía todo esto? No tenía nada que ver con la realidad de hace un año, era un situación rara y desconcertante. La gente parecía estar normal, la vida era semejante a la de siempre…pero todo distinto. ¿Cómo pudo ocurrir que una situación tan rara fuese asumida de modo tan normal? Recordé entonces un relato clásico, el síndrome de la rana hervida. Si una rana cae en un recipiente con agua hirviendo, su sistema nervioso y muscular hacen posible que con un respingo salte y salga de la vasija. En cambio, si una rana disfruta de un agua tibia se acomoda a ella y allí permanece, incluso al ir calentándose progresivamente hasta llegar a la ebullición. Al final, y es la moraleja del relato, la rana muere en el agua hirviendo.
Es lo que puede ocurrir a una persona o un grupo social ante un problema que evoluciona tan lentamente que sus daños no se perciben o se sitúan en un futuro lejano, y cuando se reacciona, ya es tarde para evitar o revertir los daños que ya están hechos. La historia se usa a menudo como una metáfora de la incapacidad o falta de voluntad de las personas para reaccionar ante las amenazas si estas surgen gradualmente en lugar de hacerlo de repente.
No pretendo decir, ni mucho menos, que no hagamos lo que nos recomiendan las autoridades sanitarias y gubernamentales, pues parece que es la mejor solución, y quizá la única. Quiero simplemente mencionar el hecho de lo desconcertante que resulta lo que estamos viviendo y cómo nos hemos acomodado a la nueva realidad. Y también que es lógico plantearse para donde va el mundo y nosotros en él. En muchos ambientes el uso del tapabocas, la vida más o menos aislada y el uso del alcohol o del gel, hacen parte del día a día que hemos asumido con naturalidad.
Los temas de conversación pasan a ser el tapaboca de última generación, el nuevo gel y el alcohol aromatizado. los hogares se fueron adaptando a la nueva realidad y la vacuna es el tema del día y lo será durante todo el año. Es de agradecer que sea así, pues de lo contrario el peligro para la salud mental sería mayor. La capacidad de adaptación es importante y saber vivir la realidad, también. Sin embargo, conviene no perder la capacidad crítica, el pensamiento propio y el criterio bien formado, para no caer en el llamado “pensamiento único”.