Analistas 27/09/2024

¿Quién se hace responsable?

Ricardo Barreto Jara
Profesor Inalde Business School

Asignar responsabilidades claras y medibles en un equipo de alto rendimiento es una de las tareas más importantes para cualquier líder. No se trata solo de delegar, sino de asegurar que cada miembro trabaje en actividades que realmente importan y que impacten en el desempeño global. Cuando las responsabilidades se asignan de este modo, el equipo no solo se fortalece, sino que cada persona tiene la oportunidad de destacar a través de sus contribuciones y gestionar con autonomía las situaciones cotidianas. Esto, a su vez, libera al líder de las urgencias del día a día, permitiéndole enfocarse en la estrategia a largo plazo y llevar al equipo al siguiente nivel.

Un equipo organizado debe ser capaz de cumplir con los objetivos presentes e identificar tendencias y desafíos futuros. Este equilibrio permite al líder mantener una visión estratégica sin perderse en la operación diaria. Cuando los equipos asumen la responsabilidad de gestionar lo inmediato, el líder tiene el espacio necesario para planificar el futuro, anticipar cambios en el entorno y ajustar la estrategia de manera competitiva.

En los equipos de alto rendimiento, el crecimiento intelectual de sus miembros es crucial. No basta con cumplir responsabilidades; es necesario fomentar un ambiente de aprendizaje continuo. Desarrollar nuevas habilidades y la capacidad de innovar son esenciales para mantener la competitividad y enfrentar retos con creatividad en medio de la incertidumbre. Un equipo intelectualmente estimulado, que tiene espacio para aprender y crecer, aporta más valor y está mejor preparado para enfrentar desafíos mayores.

Mantener el equilibrio entre el trabajo y la vida personal es otro indicador que no puede ser ignorado. Cuando los equipos están bien organizados y las prioridades están claras, se facilita la posibilidad de sostener ese balance entre lo personal y lo profesional. Un equipo equilibrado es más eficiente, más comprometido y, en última instancia, más productivo. La sobrecarga de trabajo, la falta de claridad en las responsabilidades o el caos en la organización pueden afectar gravemente el rendimiento y el bienestar de los colaboradores. Es tarea del líder generar un entorno que favorezca este equilibrio, asegurando que el equipo pueda rendir al máximo sin sacrificar su vida personal.

Un equipo que constantemente apaga incendios pierde de vista lo más relevante: fortalecer y estructurar su oferta de valor. La reactividad es enemiga de la estructura. En lugar de estar corriendo detrás de las crisis diarias, es necesario que los equipos se enfoquen en construir y mejorar lo que realmente los hace diferentes y valiosos. Un líder que promueve este enfoque ayuda a su equipo a ser menos vulnerable a las urgencias y más sólido en su propuesta de valor, evitando así la pérdida de foco y energía en problemas que no agregan valor.

La fortaleza de un equipo de alto rendimiento reside en su capacidad para asumir responsabilidades significativas, operar con autonomía, y permitir que su líder se enfoque en lo estratégico. Liderar no es estar en cada detalle, sino facilitar el éxito de quienes te rodean, generando un entorno en el que cada miembro del equipo brille por su aportación y en el que la visión a largo plazo esté siempre presente.

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