El fin de las dictaduras
viernes, 13 de diciembre de 2024
Ricardo Mejía Cano
La transición española es un buen ejemplo de la importancia del pragmatismo en la construcción de un proyecto común. Tras la muerte de Franco en 1975, España enfrentó una encrucijada: continuar con un régimen autoritario o avanzar hacia una democracia. El camino hacia esta última parecía cerrado por el dogmatismo existente a ambos lados del espectro político.
Sin embargo, Adolfo Suárez, proveniente del seno del franquismo y nombrado presidente de Gobierno por el Rey Juan Carlos I, entendió que para establecer una democracia era necesario integrar a todas las fuerzas políticas en un proceso de diálogo: incluyó no solo a los moderados, sino también a los comunistas liderados por Santiago Carrillo y a los socialistas de Felipe González. La decisión de legalizar el Partido Comunista fue particularmente significativa, pues simbolizaba un paso valiente hacia la inclusión política en un momento en que la sociedad española seguía polarizada. Suárez se arriesgó a desafiar a los sectores más conservadores del ejército y del franquismo para garantizar que todas las voces tuvieran representación en el nuevo sistema.
Igualmente, un gesto valeroso de Carrillo fue aceptar la monarquía parlamentaria como forma de gobierno, a pesar de ir en contra de los principios del PCE. No fue una traición a sus ideales, sino un acto de pragmatismo para sentar las bases del proyecto democrático.
También el Psoe, liderado por Felipe González, abandonó su retórica marxista y adoptó una postura socialdemócrata. Este cambio convirtió al partido en una fuerza política relevante, facilitando consensos con las fuerzas de centro y derecha. González entendió que consolidar la democracia era preferible a aferrarse a planteamientos ideológicos y dogmáticos que habrían impedido los acuerdos.
Los sectores ultraconservadores veían la transición como una amenaza al legado franquista y se resistieron ferozmente a cualquier cambio. Esto quedó evidenciado en el intento de golpe de Estado del 23-F de 1981.
En la izquierda sectores radicales criticaron a Carrillo y González por considerar que habían hecho concesiones excesivas. En su dogmatismo, estos sectores eran incapaces de entender los pasos necesarios en la construcción de una agenda para alcanzar el bien común.
Los acuerdos logrados en España entre fuerzas tradicionalmente antagónicas se plasmaron en la constitución de 1978. Así se sentaron las bases para el periodo de mayor crecimiento y progreso social en la historia de ese país.
La mayor prueba de madurez del proceso se dio cuando Felipe González entregó pacíficamente el poder a José María Aznar, representante de la derecha y quien ganó las elecciones del 96.
Igual que la dictadura en España surgió al final de la guerra civil, la dictadura de Rojas Pinilla en Colombia surgió debido al enfrentamiento de liberales y conservadores, periodo conocido como “La Violencia”.
En un principio Rojas fue bien recibido por sus promesas de pacificación, pero su gobierno derivó en autoritarismo, censura y corrupción. Ante este panorama, Alberto Lleras Camargo, líder del partido liberal y Laureano Gómez, líder del partido conservador, se reunieron en Benidorm, España, en 1956 y acordaron formar una coalición bipartidista, formalizada en el Frente Nacional, poniendo fin a la dictadura y facilitando una transición ordenada y pacífica hacia la democracia.
Lleras Camargo y Gómez dejaron de lado sus diferencias ideológicas para priorizar el bien común.
La Transición Española y El Pacto de Benidorm, muestran como el pragmatismo debe imponerse al dogmatismo, si se le quiere dar prioridad al bien común. Con ambos procesos los dos países sentaron las bases para un crecimiento y progreso que nunca habían tenido.
La Transición Española se vio ampliamente beneficiada por el ingreso de España a la Comunidad Europea, que le inyectó fondos importantes e impuso los limites necesarios para que políticos demagogos no pudiesen hacer grandes daños. Por otro lado, el Frente Nacional en Colombia sentó las bases para que terminado dicho periodo se permitiese la creación de nuevos partidos y que estos, en representación de la izquierda, el centro y la derecha firmaran la Constitución del 91.
Desafortunadamente hoy tanto España como Colombia están regidos por gobiernos de izquierda radical, que, si bien son gobierno, no gobiernan. Pedro Sánchez y Gustavo Petro, ambos dogmáticos y demagogos, se quieren perpetuar en el poder y desconocen los logros alcanzados en el pasado. Pero peor aún, las fuerzas de oposición que defienden los valores democráticos han sido incapaces de aprender de los líderes que en ambos países fueron capaces de alcanzar acuerdos para acabar con las dictaduras y establecer la democracia. Ver: https://www.larepublica.co/analisis/ricardo-mejia-cano-3318666/celos-y-vanidades-en-la-oposicion-3906084
Nota: A Petro hoy la constitución del 91 no le sirve, porque no le permite perpetuarse (¿Una dictadura?), y cada vez se parece más a Rojas Pinilla: subió al poder por sus promesas de cambio, pero su gobierno derivó en autoritarismo, censura y corrupción.