La gran consulta: el mejor regalo de Navidad
sábado, 27 de diciembre de 2025
Ricardo Mejía Cano
La Gran Consulta es el fenómeno más relevante de los últimos 65 años de historia política de Colombia. Que candidatos de trayectorias, ideologías y ambiciones tan distintas hayan sido capaces de ceder en lo personal, desprenderse del ego y entender el momento histórico que atraviesa el país, constituye un acto de madurez política poco común y el mejor regalo de Navidad para los colombianos.
Durante los últimos años, el país ha estado atrapado en una narrativa hábilmente construida por Gustavo Petro y su equipo: Colombia va muy bien y no está mejor porque “no lo han dejado gobernar”. Esa alquimia verbal —que desdibuja la realidad, confunde responsabilidades y apela a la emoción antes que a los hechos— ha calado entre sectores mal informados y entre los dogmáticos de la izquierda radical.
La ausencia de un candidato sólido del centro y la centroderecha abría el camino para una primera vuelta dominada por los extremos. Cada ataque de la narcoguerrilla o toma de poblaciones despierta en muchos ciudadanos el deseo de un presidente de mano dura; cada declaración incendiaria del candidato de extrema derecha, hablando de exterminio y soluciones absolutas, fortalece a la izquierda, que lo presenta más como un matón descontrolado que como un estadista.
Una segunda vuelta entre dos extremos sería una ruleta rusa que Colombia no debe jugar. Primero, por el nivel de polarización y violencia que alcanzaría la campaña. Y segundo, por el riesgo de fraude en un contexto institucional debilitado y con un gobierno dispuesto a saltarse todas las normas.
La posibilidad de un candidato único de centro y centroderecha, respaldado por un equipo de profesionales con experiencia probada en la administración pública, abre una oportunidad que hace apenas unas semanas parecía impensable. Colombia no puede darse el lujo de improvisar, como lo ha hecho este gobierno. Necesita gobernantes que conozcan el Estado, que sepan cómo funciona y que estén en capacidad de tomar decisiones desde el primer día.
Las políticas demagógicas y radicales del actual gobierno han demostrado que por ahí no es. Pero saltar hacia un proyecto igualmente demagógico desde la derecha, tampoco. El país no necesita redentores ni caudillos; necesita administradores competentes.
Muchos colombianos parecen deslumbrados por la elocuencia de un candidato de extrema derecha que exhibe una mesura que no concuerda ni con su trayectoria profesional ni con sus amistades y compañías pasadas. Su simpatía y humor costeño han engolosinado a sectores del electorado, olvidando que no estamos eligiendo un animador ni un símbolo cultural, sino al mejor administrador posible, no al defensor del “Ron Defensor”.
La Gran Consulta debería llenarnos de esperanza. Es la oportunidad histórica de escoger al mejor equipo de administradores que Colombia haya tenido en décadas. Es desafortunado descalificar a Mauricio Cárdenas o a Juan Carlos Pinzón —quien ojalá se sume pronto— por el solo hecho de haber trabajado con Santos.
Con ese argumento habría que descalificar a Roosevelt o a Churchill por aliarse con Stalin para derrotar al nazismo. Tendríamos que descalificar a Alberto Lleras Camargo por aliarse con Laureano Gómez para tumbar la dictadura de Rojas, ya que Gómez había sido instigador de la violencia partidista. La historia no se construye con purismos morales. Es cierto que Juan Manuel Santos fue una desgracia para Colombia, pero eso no descalifica a Cárdenas ni a Pinzón.
Colombia no puede continuar con la política del odio, de la exclusión y del señalamiento moral. La Gran Consulta nos abre la posibilidad de corregir el rumbo con mesura, disciplina, fortaleza, orden, conocimiento, respeto y tenacidad. Es el mejor regalo de Navidad. Aceptémoslo.