Analistas 23/06/2023

Dioses o políticos

Roberto Rave Ríos
Presidente ejecutivo Laick - Cofundador Libertank

Por estos días, nuestro país vive momentos turbulentos. Una gran incertidumbre se ha posado sobre la población completa. Las personas que viven en lugares con menos oportunidades han visto la disminución drástica de sus posibilidades de salir adelante y vencer la trampa de la pobreza.

Hace poco me afirmaba un amigo que en su barrio han cerrado más de cinco tiendas porque con el aumento de precios de alimentos los tenderos están quebrando. Esta semana conversaba con un taxista rumbo a mi destino y en medio de los diferentes temas, me afirmaba que el aumento del precio de la gasolina lo estaba golpeando fuertemente y que toda su familia estaba preocupada por sortear las necesidades básicas.

Mientras tanto, muchas personas han perdido su empleo, su sustento no solamente económico sino también anímico y moral. Por su parte, los empresarios han logrado sobrevivir, pero han sufrido las consecuencias de la inestabilidad y el ataque de la única clase que ha preservado nuestra historia: la clase política.

En medio de estas pasajeras coyunturas me llama la atención un problema de base que marca nuestro comportamiento: otorgarle a un político, a un gobernante, cualidades de deidad, igualarlo e igualar sus actitudes casi que con las de un Semi Dios.

Esta enfermedad de base, en la que trasladamos la creación de esperanza a otro y el poder de determinar nuestro estado de ánimo y de, a su vez, llenarnos también de desesperanza; debe ser combatida con el antídoto de la responsabilidad, con la vacuna que nos hace a todos y cada uno redentores de nuestro destino, arrieros de nuestro futuro y con el de nuestro país.

No podemos seguir esperando redentores y menos en la política, no podemos sucumbir ante ningún gobernante. ¿ De dónde viene esa torpe costumbre de pensar que nos tenemos que ir todos del país porque quedó x o y presidente? ¿ De dónde viene ese débil carácter que nos lleva a amilanarnos ante los políticos? ¿Será que nuestro país depende tanto de ellos como de los hombres emprendedores y empresarios, que a lomo de mula y machete abrieron caminos y construyeron lo que hoy tenemos?

De algo estoy seguro: este país tiene futuro no por su clase política sino por la valentía de sus empresarios y emprendedores. Esperar un salvador que nos saque de la coyuntura actual es una utopía que nos extrae de nuestra responsabilidad y nos resta culpabilidad y posibilidad de actuar. ¿Cuánto tiempo llevamos financiando campañas políticas? ¿De que nos ha servido? ¿No será ya la hora de asumir nuestro propio liderazgo y la posibilidad de ser fábricas reales de esperanza para toda Colombia? Como, de hecho, ya lo somos.

Dice Stefan Zweig que raramente salen en los libros escolares las historias como la del telégrafo porque tristemente hablar de las guerras y las victorias de los distintos generales es más llamativo que hablar de los triunfos comunes, por ser comunes. ¿Cuántos triunfos comunes ha tenido nuestra sociedad colombiana en los últimos 50 años? ¿Será que a Pablo Escobar lo derrotó un gobernante, o lo derrotó la sociedad toda con sus muertos, con su resiliencia, con su capacidad definitiva de decirle NO, aunque perdiéramos familiares y seres queridos en ese combate moral? ¿Será que la circunstancia actual nos hará presos y nos quitará la posibilidad de ser los protagonistas de nuestro destino como Nación?

Estoy seguro que no será así porque Colombia es una nación Antifrágil, pues en términos de Nassim Taleb nuestra historia ha estado todo el tiempo sometida a la fuerza del “estrés” Y, aún después de tener la ciudad más violenta del mundo, una de las guerrillas más poderosas y estructuradas del continente, en resumen, un país al borde de convertirse en un Estado fallido, hemos logrado convertirnos en algo mejor.

Protagonicemos pues, como en otros momentos de nuestra historia, el movimiento posibilista más grande que alguien pudo haberse imaginado, transformemos nuestra esperanza en los gobernantes en esperanza en nosotros mismos, para superar la pandemia de la frustración, la tristeza y sobre todo la pandemia de la inacción.

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