La mejor versión
Hace algunos días, mientras tomaba el café y llegaba a mi próxima reunión, repasaba rápidamente un libro sobre Churchill y George Orwell. He tenido siempre una obsesión por estos dos personajes a partir de uno de mis socios, Juan David Garcia, que me ha contagiado de su pasión por la historia y la geopolítica. Pocos minutos después llegó la cita que esperaba y en medio de la conversación nació la pregunta: ¿qué estás leyendo? Le respondí: “estoy leyendo sobre Churchill”. Su respuesta es la de muchos amigos; “Robert, ¿quien es Churchill? Algo parecido le ocurrió a mi suegro, quien en su visita a Medellín resultó hablando en la peluquería sobre la belleza de los pueblos de Antioquia entre ellos Concepción, tierra del general Jose Maria Cordoba compañero y luego enemigo del libertador, Simón Bolívar. Mi suegro se extendió con pasión hablando de la temática mientras en la peluquería le observaban con algo de extrañeza. Después del silencio momentáneo uno de los peluqueros rompió la timidez preguntando. ¿Usted porque los conoce tanto? ¿Usted es amigo de Simon Bolivar? Mi suegro cuenta con una sonrisa que siguió la conversación haciéndose pasar por el mejor amigo del prócer. No es un chiste, es la realidad.
Perder el pasado en el afán de vivir es también perder el presente, olvidar nuestra historia es ignorar también nuestro futuro.
El escritor Eugene Ionesco explicaba en los años 70's, con una gran claridad, la batalla que hoy padecemos:
«Mirad las personas que corren afanosas por las calles. No miran ni a la derecha ni a la izquierda, con gesto preocupado, los ojos fijos en el suelo como los perros. Se lanzan hacia adelante, sin mirar ante sí, pues recorren maquinalmente el trayecto, conocido de antemano. En todas las grandes ciudades del mundo es lo mismo. El hombre moderno, universal, es el hombre apurado, no tiene tiempo, es prisionero de la necesidad, no comprende que algo pueda no ser útil; no comprende tampoco que, en el fondo, lo útil puede ser un peso inútil, agobiante. Si no se comprende la utilidad de lo inútil, la inutilidad de lo útil, no se comprende el arte. Y un país en donde no se comprende el arte es un país de esclavos o robots, un país de gente desdichada, de gente que no ríe ni sonríe, un país sin espíritu; donde no hay humorismo, donde no hay risa, hay cólera y odio […].Por que esta gente atareada, ansiosa, que corre hacia una meta que no es humana o que no es más que un espejismo puede, súbitamente, al sonido de cualquier clarín, al llamado de cualquier loco o demonio, dejarse arrastrar por un fanatismo delirante, una rabia colectiva cualquiera, una histeria popular. Las rinocerontitis más diversas, de derecha y de izquierda, constituyen las amenazas que pesan sobre la humanidad que no tiene tiempo de reflexionar, de recuperar su serenidad o su lucidez […].»
Entre otras reflexiones, hace poco me sorprendí a mí mismo en una reunión en donde un empresario afirmó: “nosotros los pro hombres . . . .”. A la “rinocerontitis” como lo llama Gionesco se suma la infantilización de los liderazgos empresariales que viven encerrados en una cárcel de barrotes de vanidad y nostalgia. La realidad actual debe superar cualquier llamado al ensimismamiento, sin dejar de lado lo construido, pero también sin ignorar lo que nos trajo hasta acá. Y todos, incluidos ustedes lectores elocuentes, saben muy bien qué es. Colombia necesita nuestra mejor versión como líderes empresariales, de lo contrario seguiremos dependiendo de mercaderes camuflados en ideologías partidarias que se enriquecen a costa de nuestra incapacidad de liderar.
Algunas consideraciones que nos llevaran a vivir nuestra mejor versión:
Desacomodarnos intelectualmente, salirnos de nuestras concepciones para entender los cambios por fuera de un grupo de Whatssap con nuestros contemporáneos.
Desideologicemos las conversaciones. No hemos logrado convencer a nuestros hijos hablando de izquierdas y derechas y seguimos sin entender que la batalla de ideas no es eficaz polarizando con más profundidad nuestras familias y empresas.
Humildad y humanidad. La finura que exige el mundo de hoy a sus líderes no es la de los carros y los relojes sino la del corazón. No es la finura que descresta sino la que inspira. No es la de las referencias sino la de los referentes.
Colombia necesita un contagio masivo de alegría y esperanza. En la circunstancia que vivimos ese contagio sólo puede ser liderado por los empresarios de todos los tamaños en su mejor versión. Son ellos el mejor ejemplo de soñar y superar la adversidad.