Lecciones de Ayn Rand para la Colombia de hoy
Llevo ya varios meses recorriendo los municipios del departamento de Antioquia. Ha sido una tarea ardua pero muy gratificante. En estos caminos he encontrado un factor común que parece nacer en todos los rincones de este departamento: el amor por la libertad, por la autodeterminación, y casi generalizado, el aborrecimiento por el auto victimismo. Esta semilla de Epifanio Mejía, y su amor por la libertad que crece en toda Antioquia, es muy semejante al espíritu de aquello que predica la gran escritora Ayn Rand en sus libros.
Colombia atraviesa un momento oscuro. No solo por su economía frágil o su institucionalidad tambaleante, sino por una enfermedad más profunda: la erosión de los valores que fundamentan cualquier sociedad libre. En nuestro país tristemente se desprecia el mérito, se exalta el resentimiento y el avance de un colectivismo que nombra equívocamente “justicia social” a lo que no es más que una redistribución forzada que convierte al ciudadano en súbdito, y al Estado en patrón.
En medio de esta niebla ideológica, vale la pena rescatar una voz incómoda, pero lúcida: la de Ayn Rand, filósofa y novelista ruso-estadounidense, autora de La rebelión de Atlas. Su pensamiento, fundado en la defensa irrestricta de la libertad individual, la propiedad privada y la razón, es hoy luz en medio de la oscuridad.
Rand entendía que el estatismo y el colectivismo no solo destruyen economías, sino que degradan moralmente a las sociedades. “Cuando adviertas que para producir necesitas obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebes que el dinero fluye hacia quienes trafican no con bienes, sino con favores… sabrás que tu sociedad está condenada”, escribió hace más de medio siglo ¿No suena esto a la Colombia en la que nos estamos convirtiendo?
Antioquia, históricamente, ha sido un bastión de trabajo, libertad y responsabilidad individual. Pero incluso aquí se cuelan las narrativas del odio al empresario, el paternalismo estatal y la idea perversa de que el mérito debe ser castigado para favorecer una igualdad impuesta desde arriba. Contra esa corriente, las ideas de Rand no son arrogantes: son un antídoto.
Por eso, comparto este decálogo proveniente de las ideas de Rand, como una brújula para navegar en el caos actual:
- La libertad individual es sagrada. Nadie debe ser sacrificado en nombre de un “bien común” mal entendido.
- La propiedad privada es el fundamento de toda civilización próspera. Defenderla no es egoísmo: es justicia.
- El empresario es un creador, no un explotador. Demonizar al que produce es condenar al país al estancamiento.
- La solidaridad impuesta no es virtud. La ayuda solo tiene valor cuando nace de la voluntad libre.
- La razón debe guiar nuestras decisiones. Las emociones son importantes, pero no pueden gobernar la política.
- La política del odio destruye naciones. Cuando los líderes dividen, la sociedad se descompone desde sus entrañas.
- El Estado debe ser árbitro, no amo. El Estado debe ser un facilitador, no un obstáculo. Un gobierno grande que lo controla todo, lo paraliza todo.
- El mérito debe ser exaltado. Una sociedad sana premia el esfuerzo, no el victimismo.
- El colectivismo anula la dignidad humana.
- La rebelión moral es necesaria. Callar ante el abuso y la mediocridad es ser cómplice. Hoy, Colombia necesita ciudadanos que digan con claridad: “¡ya no más!”
No se trata de convertir a Ayn Rand en profeta, pero sí de rescatar el corazón de su mensaje: la libertad no es negociable.
Concluyo estas reflexiones hablando de lo que hoy me apasiona y de la Visión de Rand al respecto: debemos exaltar y premiar la cultura de la creatividad puesta al servicio de los demás, que solo es posible en el capitalismo, y no la de la mediocridad, el victimismo y el resentimiento socialista.