¿Es igual la ética nuestra a la ética de los narcotraficantes? Esa es una buena pregunta para comenzar una conversación con quienes pretenden legalizar la producción y comercialización de sustancias psico activas, aclarando que esta reflexión es solo sobre esto último, es decir la producción, y no sobre el consumo, pues cada quien es libre para disponer de su vida como le parezca siempre que no afecte a los demás.
Y una forma de encontrar una respuesta eficaz para el cuestionamiento nos conduce en primera medida a reconocer lo que es la ética y su propósito, para lo cual podemos entenderla como la disciplina filosófica especial que se encarga de la reflexión acerca de cómo hacer el bien en relación a los demás.
Efectuado lo anterior, corresponde entonces resolver el necesario interrogante subyacente: ¿qué es el bien y que es el mal? El bien es la acción humana encaminada a generar utilidad material o espiritual a sí mismo o a quienes nos rodean. El mal, en cambio, es la acción dirigida a causar daño propio o ajeno, es decir, a causar deterioro de las cualidades que posee el sujeto u objeto sobre el cual recae.
He aquí la eterna disputa. La lucha entre el bien y el mal, como objeto central de la ética de la civilización y de quienes vivimos dentro de esa civilización, es decir, los ciudadanos.
Así las cosas, tener un comportamiento ético como ciudadanos implica entonces el consecuente deber de procurar siempre el bien a los demás y nunca el mal, de donde deriva entonces el imperativo categórico moral de actuar de tal manera que nuestro comportamiento pueda servir como regla general de conducta para los demás ciudadanos.
La sociedad occidental ha estructurado como uno de los valores fundantes de nuestra noción sobre el bien, el respeto a la dignidad de los seres humanos. Dicha dignidad se entiende como el valor inherente a nuestra especie por ser portadora de dos atributos exclusivos: la libertad y la conciencia, ajena por tanto a los demás seres vivos que habitan el planeta.
Ahora bien, todo el anterior planteamiento ético entra en choque con la noción que del bien y el mal poseen quienes se dedican profesionalmente a la producción y tráfico de las sustancias psico activas que anulan la capacidad de elegir del individuo, en primer lugar, al causar adicción, tienen como propósito comercial el suprimir la libertad humana, que como vimos es base de nuestra dignidad y, en segundo lugar, más allá de cualquier propósito de causar el bien, lo único que los dirige es acumular dinero, sin importar si para ello deben matar, robar, secuestrar o causar cualquier mal al prójimo. Esto es lo que llamo la “narco - ética”, un conjunto de reglas de conducta que consideran que el único bien que importa es el propio y que para obtenerlo es irrelevante el mal que se le produzca a los demás.
Aquí está el punto central de nuestra reflexión: ¿es nuestra ética igual a la de los narcotraficantes? Claramente para los congresistas que promueven la legalización de la producción y tráfico de drogas la respuesta es afirmativa, pero, desde luego, ahora nos corresponde el turno de respuesta a nosotros, la sociedad civil.