Japón arrojará al mar más de un millón de toneladas de agua con residuos radiactivos provenientes de la siniestrada central nuclear de Fukushima. Por qué, cuándo, cómo y cuáles serán los efectos de esto, son preguntas que aún el mundo no logra aclarar, y lo peor, no logra dimensionar.
Recordemos que el 11 de marzo de 2011 Japón sufrió una catástrofe natural a causa del terremoto de 9 grados que terminó causando un tsunami que arrasó poblados y alcanzó a impactar la central nuclear de Fukushima, planta encargada de generar una relevante cantidad de la energía requerida para suplir la demanda del país.
Este suceso fue calificado por la Agencia de Seguridad Nuclear e Industrial (Nisa) en el nivel 7 de gravedad en la Escala Internacional de Accidentes Nucleares, solo asimilado al desastre de Chernobyl en Rusia. Grandes paradojas tiene el destino. Japón, recordemos, en los años 40, se rindió en la Segunda Guerra Mundial luego de que Estados Unidos hubiera lanzado el ataque nuclear que acabó con Hiroshima y Nagasaki y a partir del cual los efectos ambientales, de salubridad y psicosociales todavía persisten en el dolor mundial.
Pues bien, luego de ese suceso y alrededor de 20 años después, es decir, para la época de los 60, fue el mismo EE.UU. que en procura de apoyar el desarrollo económico de Japón, tal vez pretendiendo compensar de algún modo el daño causado, impulsó a Japón para que incursionara en el mundo de la energía nuclear y fue así como General Electric y Westinghouse - compañías insignias norteamericanas- instalaron la red de plantas nucleares en el país.
La planta de Fukushima fue diseñada por General Electric y construida por Tepco, que al instalarla pasaron por alto un pequeño detalle: esta planta quedaría localizada en una zona costera llena de fallas geológicas y susceptible de tsunamis generadores de olas marinas de más de 38 metros de altura y dejaron solo un muro de contención de seis metros.
De esta manera, sucedió lo esperable. Se produjo un maremoto y las olas de más de 38 metros causaron una de las catástrofes nucleares más grandes en la historia, que requirió para ser atendida millones de toneladas de agua para enfriar los reactores que hoy se encuentran almacenadas y han desbordado la capacidad de retención por las autoridades japonesas.
A lo anterior se le suma un agravante y es que Tepco, compañía encargada de la gestión de la planta, admitió que 80% del agua almacenada en los tanques contiene, además del tritio, otras sustancias radiactivas que poseen elementos contaminantes con métricas por encima de los niveles legales.
Pese a este complejo panorama, Japón decidió echar estos desechos radiactivos al mar y para ello van a construir, a partir de marzo de 2022, un túnel submarino de un kilómetro de extensión que permitirá liberar las 1,27 millones de toneladas de agua con desechos radiactivos hasta el océano a partir de 2023, año en que iniciará operación.
China, Rusia y Corea del Sur, vecinos de los nipones, han mostrado su preocupación por el impacto ambiental derivado de someter la fauna y flora marina a la radiación, que puede ir desde mutaciones en el ADN de las especies hasta la aniquilación física de millones de seres vivos.
Ahora bien, si hay algo definitivo es que la vida marina sufrirá este impacto gracias a la exposición a esos elementos radiactivos y esto no debería solo importarle a los vecinos de Japón sino al mundo entero.
El cuidado de la vida no puede seguirse abordando con esta indiferencia política y social. La tierra nos está hablando y no la escuchamos. Es urgente aprender a vivir en armonía con las demás especies que habitan el planeta y comenzar a pensar nuestras acciones que impactan el medio ambiente en línea con el concepto de justicia intergeneracional.
Este concepto, el de justicia intergeneracional, parte de entender que el derecho que tenemos a desarrollarnos en el presente debe realizarse en armonía con el derecho que tienen las generaciones futuras a encontrar un planeta habitable. Por eso, al hablar de esto, se integran los conceptos de desarrollo sostenible, justicia social, derechos de los niños y jóvenes, pero sobre todo, racionalidad y conciencia ambiental.
Pero claro, para entender esto primero necesitamos abandonar nuestro egoísmo, nuestra falta de solidaridad, nuestra irracionalidad. Necesitamos, en pocas palabras, aprender a respetar la vida y a sentirnos integrados a un sistema, o mejor, a un ecosistema.