La caída de Pedro Castillo en Perú demuestra los efectos nefastos que tiene ganar unas elecciones soportando el triunfo en el populismo. Sí, porque quizá como estrategia electoral puede funcionar pero eso se hace insostenible en el tiempo, insoportable en el gobierno y mortal para la estabilidad social y económica de un pueblo. Los tiempos que vivimos actualmente hacen que todas las actividades humanas se adapten necesariamente a sus realidades, so pena de quedar descontinuadas, anacrónicas, en desuso. Estos tiempos corresponden a la era de lo que el gran sociólogo polaco Zygmunt Bauman ha llamado el mundo líquido.
Este concepto, el de mundo líquido, lo propone el autor para retratar el estado fluido y volátil de la actual forma de vida social, en la que reina la ausencia de valores sólidos, y donde la incertidumbre por la velocidad con la que se manejan las relaciones, la información, la opinión y las decisiones ha debilitado los vínculos humanos y en especial nuestra propia condición humana. En estos tiempos se están volviendo agua las figuras del Estado, la política, los partidos, la familia, el Gobierno, el trabajo y todas las demás instituciones y discursos que construimos durante dos mil años como base de nuestra organización civil. Sí. Hoy, todo lo que creímos sólido, se ha vuelto líquido y discurre por el cauce de la tecnología como lo hacen las aguas negras hacia los pozos sépticos a formar parte de las miserias sepultadas para evitar que contaminen la “nueva verdad” que nuestra inconciencia pretende declarar, según la cual nada de lo viejo sirve, y en virtud de ello todo se debe revisar y replantear pues hemos sido “víctimas” de un engaño no se sabe de quien y no se sabe con qué propósito.
Lo único cierto es que desde la óptica de la sociedad líquida nada sirve y por eso cualquiera puede tomar su red social e insultar a quien le plazca, decir lo que le apetezca y prometer lo que le venga a la cabeza, pues seguramente nadie recordará lo que se diga, sobre todo considerando que al día se publican más de 500 millones de twets, mientras que en Facebook cada 60 segundos se publican 510.000 comentarios, se actualizan 293,000 estados, se dan 4.000 millones de likes y se suben 136.000 fotos.
Y ahí es donde la acción política electoral entra a desarrollar su proceso adaptativo, convirtiéndose en “política líquida” o lo que es lo mismo: populismo puro y duro en donde a la masa se le siembra el odio, se le dice lo que quiere, se le promete lo que no se puede y se agita intensamente para obtener de ella el voto, sin medir las consecuencias que se derivan de obtener un triunfo basado en escenarios y compromisos irrealizables. Luego, en el poder, el discurso y sobre todo la acción, comienzan a ser los de la realidad, los de la limitación de los recursos y los de las barreras normativas que hacen imposible satisfacer la expectativa generada y terminan haciendo ingobernable la sociedad agitada digitalmente en lo electoral y frustrada en el plano del mundo real.
Así es que los países confeccionan su peor negocio y firman su tragedia, dejándose guiar por el impulso de la emotividad y estrellándose con el muro de la inevitable realidad que solo puede gestionarse y resolverse desde la racionalidad, característica cada vez más escasa en esta liquida modernidad.