Miren que encrucijada: ¿Cómo hace uno para gobernar un país donde la mitad de la gente cree que el modelo económico los incluye y les da la libertad para progresar y la otra mitad piensa que el modelo es excluyente y no les permite vivir en igualdad? Y la cosa se agrava cuando al dilema le agregamos lo que al respecto decía John F. Kennedy: “se puede ganar las elecciones con la mitad, pero no se puede gobernar con la mitad en contra”.
Una primera alternativa a la encrucijada, dado que la mitad que ganó las elecciones son los que creen que el modelo económico es excluyente y no garantiza vivir en igualdad, sería cambiar el modelo económico limitando o suprimiendo la libertad para imponer la igualdad, lo cual solo aseguraría una ruptura del tejido social, político y económico, pues la mitad que piensa lo contrario, obviamente, reaccionaría, o abandonando el país, o protestando, o de cualquier otra forma que en todo caso sería contraria a una visión de unidad nacional.
La otra alternativa es estirar el modelo de libertad para que todos quepamos en él, utilizando la igualdad como trampolín de la libertad y no como su guillotina.
Ahora, evidentemente, el primer trampolín que tiene el Estado a la mano para promover la igualdad son los impuestos, eso es lógico, pues, en teoría, basta con “meterle” la mano al bolsillo de los contribuyentes y sacar de ahí el recurso requerido para la construcción de ese trampolín. Pero digo “en teoría”, porque es claro que en la práctica los recursos son limitados y nuestra economía, por más que deseemos, es pequeña (de hecho cinco veces más pequeña que una ciudad de EE.UU. como New York) y por tanto ni quitándole toda la fortuna a los pocos multimillonarios que existen, alcanzaría para resolver la décima parte de nuestra necesidad de recursos.
Es claro que se hace necesario revisar y buscar la forma de llenar el fisco sin matar por asfixia la economía productiva del país, pero esos recursos nuevos y los que ya están deben ser invertidos con audacia. Con todo respeto: la estrategia principal no puede ser la de repartir subsidios, pues eso, ya se demostró, no sirve. Miren: el Gobierno que termina acaba de informar que durante su gestión se gastó 26 billones de los impuestos repartiendo subsidios y hoy estamos igual, y tal vez peor, que antes de ese gasto.
Claro que hay que entregar subsidios a quienes por su limitación física o mental no puedan trabajar. Pero a quienes no padecen una discapacidad o limitación de tal naturaleza la principal alternativa debe ser generarles trabajo. Darles la oportunidad de que con su intelecto o sudor se ganen el pan de cada día. Eso lo que permite es dignificar la existencia humana y mantener su mente activa para que vivan con bienestar.
Significa lo anterior que una reforma tributaria por sí sola, y para repartir más subsidios, no nos salvará y menos de cara a la eventual recesión económica mundial que se aproxima. En estas circunstancias, además de una reforma, se requiere, insisto, un plan nacional de industrialización del campo colombiano, que permita generar cientos de miles de puestos de trabajo en la agroindustria y que nos permita producir una de las pocas cosas que se consumen en una recesión: comida, para nuestra seguridad alimentaria, y para venderle al mundo.