El edificio Aquarela kaput. Se fue deshaciendo desde arriba por rebanadas. Su epitafio es una pila de escombros cuidadosamente depositados en su base para no afectar a los vecinos. La historia comenzó en el 2017, mientras tres firmas de empresarios antioqueños, bajo el giro de Promotora calle 47, construían la primera de cuatro torres de 30 pisos.
Iba en el piso 22. Su visual era una herida óptica para el Castillo de San Felipe de la que Cartagena parecía no percatarse. La demolición costó a la ciudad $11.000 millones. Se está demandando a los constructores para resarcirse
Los aspectos jurídicos que justificaban echar abajo Aquarela habían quedado listos desde el 2020. Era cuestión de ejecutar, pero el pusilánime alcalde Dau le tuvo miedo durante cuatro años. Dumek Turbay, el actual, ordenó el derribo apenas se posesionó.
Él sí entendió lo que aquella aberración significaba para la ciudad. En buena hora, porque en diciembre la Nación hubiese tenido que informar a la Unesco acerca de la ausencia de disposiciones para la protección óptica del Castillo de San Felipe de Barajas, prerrequisito para la conservación del título de Patrimonio Cultural de la Humanidad.
El camino a los escombros fue largo y retorcido. Cuando ya era notoria la agresión de 22 pisos de Aquarela, Alberto Escobar Wilson-White, director de Patrimonio Cultural de Ministerio de Cultura, interpuso una Acción Popular contra los constructores.
Se logró el objetivo de detener la obra. Promotora Calle 47 adujo buena fe. El haber obtenido Licencia de Construcción para el complejo Aquarela, la eximía de responsabilidad, así al otorgarla, la actuación de la Curaduría dejase que desear.
Por suerte, Escobar no se detuvo. Estudió Aquarela en todas sus aristas. Su más importante hallazgo fue constatar que los constructores habían invadido el espacio del lote destinado a reserva. En otras palabras, construyeron hasta las banderas y cayeron víctimas de su angurria. Era una transgresión que solo podía subsanarse con demolición.
El inspector del policía lo dictaminó, sin esperar más pronunciamientos judiciales. Este hecho contuvo a la Unesco que se disponía a remover a Cartagena el privilegio de Patrimonio Cultural. El defensor de la ciudad en esa instancia fue otra vez Escobar.
Mientras Aquarela kaput, los constructores, que llegaron a Cartagena como quien va a la conquista del Congo, están pasando de agache. Permanecen embozados detrás de Promotora Calle 47, sin que se conozca a sus socios en la ciudad que han vejado y pretendido burlar. Deben sufrir por su falta de respeto contra el patrimonio de la ciudad y la nación.
Con desfachatez han procedido sin sentido de pertenencia y desentendidos de la historia. Es inadmisible. Ya deberían ser, por lo menos, personas no gratas en Cartagena. Don Sancho Jimeno, el heroico defensor de Bocachica en 1697, desaprobaba de los Autos de Fe cruentos, pero entendía que para preservar la Santa Religión era ejemplar someter a los herejes reconciliados al escarnio público, ataviados con sus sambenitos amarillos. Téngase en cuenta.