El expresidente Alfonso López Pumarejo, sagaz intérprete de la idiosincrasia nacional, utilizaba una frase para describir determinados comportamientos de sus compatriotas: ‘Ahora que estamos tan contentos en esta fiesta, por qué no nos vamos para otra parte.’ Esa frase describe lo que están proponiendo algunos políticos y voceros gremiales con respecto a la inserción del país en la economía internacional. Invocando la reactivación industrial, se está aconsejando cerrar más la economía con el argumento de que el resto del mundo se ha aprovechado de la ingenuidad de los colombianos para venderles productos importados.
A partir de esa supuesta victimización, se recomienda remplazar la política comercial vigente por un modelo de industrialización basado en la sustitución desinhibida de importaciones, haciendo caso omiso de consideraciones de calidad, de precio, de competitividad o de compromisos internacionales.
Hechas todas las debidas salvedades acerca de sus deficiencias y su timidez, la liberalización comercial que ha tenido lugar en los últimos 30 años le ha servido bien al país. Ha dinamizado la economía, ha modernizado las empresas, ha atraído inversión extranjera directa y ha beneficiado a los consumidores al darles acceso a bienes de buena calidad a precios internacionales.
La otra parte a la cual se les propone ir a los asistentes a la fiesta es la Argentina de los esposos Kirchner: control de importaciones, control de precios, control de cambios y proteccionismo a ultranza. (‘No se importa un tornillo.’) Esa política ha conducido al atraso tecnológico, al retroceso y al aislamiento. Tal vez no sea una coincidencia que entre los promotores de la iniciativa gremial mencionada se encuentra una empresa metal-mecánica argentina aficionada a las rentas que se obtienen disfrutando de un mercado cautivo protegido por aranceles altos.
Además del sesgo rioplatense, la iniciativa gremial revela nostalgia por la licencia previa y las listas de prohibida importación, reliquias de una etapa de la política comercial superada en buena hora por la economía nacional. El aparato productivo de país se ha ido adaptando, con mayor o menor entusiasmo, a las condiciones creadas por la apertura comercial y los tratados de libre comercio. Se han hecho cuantiosas inversiones en sectores cuyas empresas dependen de importar insumos y materias primas a precios internacionales. Tal es el caso de la avicultura, la porcicultura y los alimentos procesados.
Con respecto a la fijación de cuotas de contenido nacional en las compras estatales, esas prácticas pueden ser violatorias de las normas de la Organización Mundial del Comercio, entidad de la cual hace parte el país. El hecho de que una superpotencia haya optado por el unilateralismo en sus relaciones internacionales no es razón para imitarla.
El cambio que se está proponiendo debe tramitarse en el Consejo Superior de Política Comercial, no haciendo lobby. En condiciones de pandemia, es razonable sustituir importaciones de implementos médicos de protección personal, como en efecto está sucediendo. Pero de allí a modificar la política económica para complacer a intereses particulares hay un trecho que no debe recorrerse a la ligera.