Lo que ha sucedido en la nación vecina a raíz de las elecciones de julio 28 constituye una calamidad para América Latina y una tragedia para Venezuela. Un proceso electoral impuesto por la comunidad internacional, adelantado sin garantías para la oposición ni observadores internacionales imparciales, amenazaba con infligirle un descalabro al oficialismo.
Ante el deseo mayoritario de cambio para iniciar una transición pacífica hacia la democracia, un gobierno autoritario desgastado, carente de apoyo popular o de legitimidad internacional decidió echar por la borda cualquier respeto por los procedimientos institucionales, para perpetuarse en el poder a cualquier costo. Al optar con desfachatez por la tiranía y la represión, el régimen ha retrocedido a una etapa histórica que Venezuela había superado: la de los dictadores agropecuarios vitalicios como Juan Vicente Gómez, quien gobernó al país desde 1908 hasta 1935.
No obstante sus limitaciones y sus deficiencias, Venezuela tuvo cuarenta años de gobiernos democráticos entre 1958 y 1998. Con la llegada de Hugo Chávez al poder por la vía electoral, se inició un esfuerzo sistemático por desprestigiar esa experiencia para transformar un sistema democrático en un régimen autoritario. Es un ejemplo de libro de texto del proceso que describen los profesores de Harvard, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, en su libro, ‘How Democracies Die’.
La comunidad internacional recibió con escepticismo generalizado el anuncio de la autoridad electoral venezolana de que Maduro había ganado las elecciones. El gobierno se ha negado a suministrar las actas respectivas y a permitir una verificación internacional de las mismas.
Varias razones explican la falta de credibilidad del anuncio gubernamental. Las encuestas de opinión independientes, tal como la de la Universidad Católica Andrés Bello, registraban un amplio margen en la intención de voto a favor del candidato de la oposición, Edmundo González. Así lo conformaron las actas que lograron obtener los representantes de la oposición.
Tal como lo advertía Talleyrand, el ministro de Napoleón Bonaparte, “con las bayonetas se pueden hacer muchas cosas, excepto sentarse sobre ellas”. Las dictaduras parecen ser invencibles hasta la víspera en el día en que se desploman. De manera similar a la forma como sucede con las bancarrotas, éstas ocurren primero de manera gradual y luego en forma súbita. Esa es la experiencia de las dictaduras comunistas de Europa Oriental en la década de los años 80 cuando se iniciaron las primeras protestas multitudinarias de la oposición.
Las causas del colapso de las dictaduras son múltiples, pero tienen un elemento en común: El final está próximo cuando la población le pierde el miedo al dictador. Eso es lo que está sucediendo en Venezuela. María Corina Machado le ha ofrecido a Nicolás Maduro una transición negociada y una salida decorosa. Si bien es difícil prever las consecuencias de que esa oferta sea rechazada, las probabilidades son altas de que las formas alternativas del final del régimen sean menos favorables.