La esencia de la estrategia, según Michael Porter, profesor de la Escuela de Administración de Harvard, consiste en decidir lo que no se va a hacer. Esa fórmula, aparentemente sencilla, es difícil de poner en práctica porque es contraintuitiva. La idea de que, en ciertos casos, actuar puede ser más perjudicial que abstenerse de actuar subyace el principio médico Primum Non Nocere, (Ante todo, no hacer daño.) Pero a nivel empresarial y político, el reflejo condicionado es hacer algo, cuando surge un problema.
En la época victoriana, un funcionario británico acuñó la expresión ‘inactividad magistral’ para sugerirle a su gobierno no hacer nada, en contra de quienes recomendaban invadir a Afganistán, antes de que lo hiciera la Rusia zarista. Se impusieron los activistas, argumentando que esa era la forma de proteger a la India, colonia del Imperio Británico. Entrar a Afganistán, un país pobre y atrasado, es fácil. Lo difícil es salir. El Reino Unido sufrió la mayor catástrofe militar del siglo XIX en Afganistán.
Habida cuenta de las amargas experiencias del Reino Unido, la Unión Soviética y Estados Unidos en ese inhóspito país, tratar de no repetir el mismo error sería un ejemplo obvio de la aplicabilidad de la recomendación de no actuar. Para los gobiernos de países que no sean grandes potencias, el mandato de no invadir a Afganistán puede tener una utilidad práctica similar a la de aconsejarles a los amigos no cruzar el Canal de la Mancha a nado.
Para gobiernos de países que no están situados en Asia o en África, las siguientes recomendaciones de inactividad pueden ser útiles, por razones que la razón no comprende:
Es una mala idea promover pleitos con los anglosajones.
Evite conflictos con los jesuitas y con Israel.
En el siglo XIX había en España la expresión, ‘Con todo el mundo en guerra, pero en paz con Inglaterra’. Los británicos son unos combatientes de cuidado. Se dice que pierden todas las batallas excepto la última. Así lo descubrieron Felipe II, Napoleón, Hitler, y más recientemente, el General Leopoldo Galtieri.
No puedo respaldar esta afirmación con un argumento irrefutable, pero a los gobiernos que maltratan a los jesuitas y a los judíos les va mal. Limitándome a América Latina, el régimen de Daniel Ortega expropió la Universidad Centroamericana que regentaban los jesuitas en Managua. Se puede tener absoluta certeza de que en Nicaragua habrá jesuitas cuando la dictadura sandinista haya pasado a ser el mal recuerdo de una pesadilla nacional.
Los presidentes de México, Luis Echavarría, y de Venezuela, Hugo Chávez, pretendieron hacer méritos tercermundistas hostilizando a Israel. Esas decisiones tuvieron un costo elevado para sus respectivos países.
El antisemitismo es de mal recibo en las sociedades democráticas. El gobernante de un país perteneciente al mundo occidental que ofenda a Israel y al pueblo judío en las actuales circunstancias, está incurriendo en una obscenidad.