Reflexionar acerca de la situación venezolana ofrece valiosas enseñanzas a quienes se interesan en la democracia liberal, el desarrollo económico y el bienestar social. La nación vecina ha experimentado un proceso de degradación colectiva no menos espectacular por haber ocurrido en cámara lenta a lo largo de 22 años. El desastre venezolano es de tal magnitud y ha durado tanto tiempo, que los sucesivos indicadores de deterioro debilitan la capacidad de sorprender.
La economía venezolana registra un proceso de miniaturización. El ingreso por habitante ha descendido a niveles comparables a los de Haití y Nicaragua. Los sistemas de educación y de salud han colapsado. Se estima que más de 90% de los hogares se encuentra en condiciones de pobreza. Los cortes de electricidad y servicio de agua potable se han convertido en parte de la normalidad cotidiana.
El régimen considera un logro de su política económica haber superado la hiperinflación, y haber reducido el ritmo anual de inflación a 686% en el año 2021. Empresas estatales grandiosas, que iban a convertir a Venezuela en una potencia industrial, se encuentran en la ruina. La producción de petróleo es una fracción de la que había antes de la Revolución Bolivariana. La represión política y la pauperización han causado la emigración de cerca de siete millones de personas, casi una cuarta parte de la población total.
Se acaba de publicar el libro de William Neuman, corresponsal del New York Times, que documenta esta tragedia: Things Are Never So Bad That They Can’t Get Worse. (Toda situación mala es susceptible de empeorar.) Un aspecto del libro de Neuman que merece destacarse es que el autor le asigna la responsabilidad por el fracaso del Socialismo del Siglo XXI al comandante Hugo Chávez. La izquierda latinoamericana toma distancia del régimen autoritario y corrupto de Nicolás Maduro, pero se abstiene de asignarle culpa por el colapso de Venezuela al líder irremplazable de la Revolución Bolivariana. Maduro es el sucesor de Chávez y el administrador inepto de un sistema en bancarrota. Pero Maduro no diseñó ni puso en vigencia el sistema.
Hugo Chávez, un militar con vocación mesiánica, empuñó las armas contra un gobierno civil. Aprovechó la notoriedad que obtuvo mediante un golpe sangriento, y el indulto concedido por el presidente Caldera, para participar en el proceso electoral que lo llevó a la presidencia. Una vez en el poder, promovió una nueva constitución y procedió a transformar un régimen democrático en una dictadura vitalicia.
Esta trayectoria política adquiere relevancia para la actualidad nacional. El vocero de la izquierda autoritaria colombiana es un admirador de Chávez, su mentor, a quien considera un gran líder latinoamericano. Al igual que su modelo, tiene un pasado de participación en política por medio de la violencia. Declara que Colombia no es una democracia. Mirar hacia el chavismo puede suministrar elementos de juicio al proceso electoral colombiano.