Analistas 27/06/2019

Pausa en Venezuela

Rodrigo Botero Montoya
Exministro de Hacienda

La situación política venezolana, que daba señales de fluidez a principios del año, ha entrado en receso. El régimen de Nicolás Maduro y la oposición, encabezada por Juan Guaidó, el presidente interino, manejan un conflicto de atrición, en el cual ninguna de las dos partes logra derrotar a la otra.

Maduro ejerce el poder sin autoridad; Guaidó representa la autoridad legítima, sin poder. Guaidó cuenta con el reconocimiento y el apoyo de las democracias occidentales, la OEA y el Grupo de Lima. Maduro recibe ayuda de China, Rusia, Cuba y Turquía. Este equilibrio indeseado se traduce en desconcierto entre quienes, desde afuera, respaldan la lucha del pueblo venezolano por recobrar su libertad y desánimo entre quienes deben enfrentar a diario una dictadura cada vez más represiva.

El intento de los intelectuales y los formadores de opinión venezolanos por conformar un relato y explicar lo que le ha sucedido al país incluye varias modalidades. Unos documentan y lamentan la magnitud del desastre colectivo. Quienes apelan a la nostalgia, recuerdan las condiciones que prevalecían en la época anterior al Socialismo del Siglo XXI. Los que se inclinan por la esperanza, elaboran programas de ordenamiento institucional y de reformas económicas para el día en que Venezuela inicie la transición hacia la democracia liberal y la economía de mercado. Cada una de esas modalidades tiene su propia razón de ser. Eventualmente, habrán de hacer su aporte para colocar en contexto histórico lo que le ha sucedido a la sociedad venezolana en estos años.

Por ahora, resulta inevitable reconocer que, a pesar de las expectativas, y en condiciones sin precedentes de caos económico e ineptitud administrativa, el régimen de Maduro se sostiene. El aspecto novedoso de este impasse es el hecho que la anormalidad se va convirtiendo en normal. Eso es algo que condiciona las agendas de la oposición y las de la comunidad internacional.

Con una lógica perversa, el régimen ha logrado obtener algún beneficio de falencias que deberían ser desestabilizadoras. La necesidad apremiante de la población de asignarle esfuerzo prioritario a sobrevivir conduce a que carezca de tiempo y de energía para participar en las frecuentes movilizaciones de protesta. La distribución oficial de alimentos subsidiados a las familias de menores ingresos se convierte en una herramienta de control social.

La emigración amortigua la presión interna al reducir el número de opositores potenciales. El crecimiento de la diáspora da lugar a un ingreso de divisas por concepto de las remesas enviadas por los migrantes a sus familias, desde el exterior. Algunos funcionarios del régimen han convertido en un negocio privado la necesidad de los venezolanos de emigrar, cobrando US$2.000 por suministrar un pasaporte.

Sea cual fuere la evolución política en la nación hermana, las relaciones colombo-venezolanas han experimentado un fortalecimiento significativo. La integración binacional, que no se logró hacer a través del comercio y la inversión dentro del marco de la CAN o del G3, se está haciendo de manera espontánea, por la vía demográfica.

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