Caminando por París hace unos años, después de haber participado juntos en una conferencia en la OCDE, el intelectual brasileño Celso Furtado me comentaba que, para Brasil y otras naciones del Cono Sur, Colombia era un país desconocido y extraño. El transcurso del tiempo ha suministrado reflexiones y eventos que confirman el acierto de esa afirmación. No obstante las similitudes culturales, la trayectoria nacional colombiana registra divergencias considerables respecto a lo que podría describirse como la norma regional.
Colombia mantuvo vigente su régimen gubernamental civilista y democrático, con todas las imperfecciones que se le quieran atribuir, durante las décadas en las cuales la mayor parte de las naciones suramericanas estaban sometidas a dictaduras militares. Los pocos aspirantes a caudillos colombianos, incluido uno de principios de este siglo, fracasaron en sus intentos de perpetuarse en el poder.
La decisión del General Leopoldo Galtieri, de invadir las Islas Malvinas en 1982, no contó con el consentimiento del gobierno colombiano. Durante los años ochenta, a diferencia del resto de los países latinoamericanos, Colombia se abstuvo de declarar la moratoria de su deuda externa.
Haciendo caso omiso de la sepultura del ALCA, proclamada en Mar del Plata por los presidentes de Argentina, Brasil y Venezuela en noviembre del 2005, Colombia procedió a negociar acuerdos de libre comercio con Canadá, Estados Unidos y la Unión Europea. En tiempos del auge internacional del Socialismo del Siglo XXI, Colombia se mantuvo al margen de iniciativas tales como el Banco del Sur y el Gasoducto del Sur.
El proceso electoral que acaba de concluir suscitó curiosidad y también cierta perplejidad entre observadores externos. Para algunos resultaba poco usual que un gobierno que podía mostrar resultados económicos y sociales tan favorables pareciera estar en peligro de ser rechazado en las urnas. Otros manifestaban sorpresa de que dos propuestas políticas, similares en apariencia, motivaran una acentuada polarización de opinión.
Teniendo en cuenta la observación de Celso Furtado, ofrezco a mis amistades latinoamericanas unos comentarios acerca del proceso electoral y la interpretación que se desprende de su resultado.
La victoria de Juan Manuel Santos, por un margen de 6% sobre su contendor, fue contundente. Óscar Iván Zuluaga reconoció el resultado electoral sin vacilación, y felicitó al presidente Santos. La forma como se desarrollaron los comicios, y la celeridad con la cual se dieron a conocer los resultados, fortalecen y legitiman la tradición democrática del país.
El elemento decisivo de las elecciones resultó ser la voluntad mayoritaria de respaldar las negociaciones de paz.
Las propuestas de Gobierno que compitieron incorporaban diferencias significativas entre una postura laica y pluralista acerca de temas como la igualdad de género, derechos de los homosexuales y acceso a servicios de salud sexual y reproductiva y la postura premoderna y confesional acerca de esos temas.
El gran derrotado de la jornada es el expresidente Álvaro Uribe. Se derrumbó el mito de que era invencible. Su capacidad para determinar el devenir político de la nación resultó ser menor de lo que algunos pensaban.