Analistas 13/05/2021

Tiempos de adversidad

Rodrigo Botero Montoya
Exministro de Hacienda

Es difícil comentar sobre la actualidad nacional en medio de una situación de disturbios, sobresaltos y desgobierno. Las siguientes reflexiones tratan de colocar la gravedad de lo que está ocurriendo dentro del contexto de la tradición política colombiana.

Esta no es la primera vez que un presidente débil debe hacerle frente a expresiones populares de inconformidad. Esos episodios suelen ocurrir en el último año del cuatrenio y sirven como prueba de fuerza entre el gobierno saliente y la oposición. Dependiendo de la habilidad con la cual se manejara el tema y del nivel de intransigencia desplegado por los manifestantes, se evitaba procurar que el enfrentamiento tuviera consecuencias mayores, con una combinación de respuesta política y de acción moderada, pero firme, por parte de la fuerza pública. Cada una de las partes tenía idea de hasta dónde podía llegar sin exceder los límites del juego democrático. La sociedad civil y los medios de comunicación actuaban como árbitros. En caso de que la situación amenazara con salirse de control, los integrantes del establecimiento político, económico y social intervenían para restablecer el orden y apuntalar al gobierno de turno. Los dirigentes de los partidos partían de la premisa que tumbar al presidente no era un objetivo conveniente. En cambio, podría resultar necesario remplazar al Gabinete ministerial con el fin de lograr un acuerdo.

Si nos acogemos a la experiencia de los últimos 50 años, puede afirmarse que ese ha sido el estilo tradicional de resolver las crisis. Ese comportamiento le ha ganado al país la reputación de contar con una dirigencia política inteligente. Algunos argumentarían que eso es apenas un mito originado en el ensayo La Personalidad Histórica de Colombia, de Jaime Jaramillo Uribe. Sea eso como fuere, las naciones requieren mitos. La moderación le ha traído beneficios al país.

La razón por la cual la crisis actual es motivo de preocupación es que no ha sido manejada dentro de los lineamientos de la personalidad histórica del país. Los protagonistas se están comportando sin atenerse a los límites que impone el sistema democrático. Si bien ha habido desmanes deplorables y violencia por parte de los manifestantes, también ha habido abusos por parte de la fuerza pública. La reacción del gobierno refleja ineptitud e incapacidad para entender que la gravedad de la situación requiere un cambio político que no se obtiene con reajustes burocráticos.

La incertidumbre política ya ha empezado a pasarle factura a la economía. La buena imagen internacional que había obtenido el país a raíz del proceso de paz se ha debilitado. Los medios de comunicación de las democracias occidentales mencionan las violaciones de los derechos humanos por parte de las autoridades.

El país debe reafirmar su compromiso con los fundamentos de la democracia liberal. Es necesario hacer una pausa, para que pueda prevalecer la sensatez. Al presidente Duque le vendría bien una dosis de humildad y la capacidad para rectificar. Es hora de demostrar que la tradición colombiana de mesura no es un mito.

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