Las imágenes de lo que ha estado sucediendo en Estados Unidos en días recientes evocan la etapa terminal de una satrapía tercermundista, más bien que el proceder civilizado de una democracia consolidada. Como respuesta a expresiones de protesta ciudadana, el dictador de turno se refugia en un búnker, convierte la sede gubernamental en una fortaleza y ordena un despliegue militar en la ciudad capital.
Donald Trump enfrenta la mayor crisis de su administración por motivo del brutal asesinato de un ciudadano afro-americano indefenso, George Floyd, por la policía de Minneapolis, crimen que fue filmado y difundido por las redes sociales. La indignación causada por este atropello ha dado lugar a manifestaciones multitudinarias en las principales ciudades del país. La respuesta de Trump revela no solo su crueldad, sino su desconocimiento de los fundamentos democráticos de la nación. Se refiere a los manifestantes como terroristas. Los señala como el enemigo que debe ser dominado con un poder militar avasallador. Amenaza con introducir el ejército en los Estados, algo para lo cual no tiene autoridad legal.
Este comportamiento ha suscitado una reacción por parte del establecimiento. Los expresidentes Carter, Bush, Clinton y Obama han disentido del lenguaje bélico y han apoyado el derecho a la protesta pacífica. La obispa episcopal de Washington, Marianne Edgar Budde, y el arzobispo católico de Washington, Wilton Gregory, han protestado por el intento de Trump de manipular los símbolos religiosos, haciéndose fotografiar en sedes de culto con fines electorales. El New York Times publicó un editorial titulado ‘Donald Trump es Nuestra Catástrofe Nacional.’
El exsecretario de Defensa, el General James Mattis, acusó a Trump de abuso de poder y de estar dividiendo el país. ‘Al ingresar a las fuerzas armadas hace unos 50 años, juré apoyar y defender la Constitución. Nunca me imaginé que a tropas que hubieran hecho el mismo juramento se les ordenaría, bajo cualquier circunstancia, violar los derechos constitucionales de sus conciudadanos.’ Prestigiosos dirigentes militares en retiro han adherido a ese planteamiento. El perjuicio causado a la política exterior de Estados Unidos es incalculable.
En condiciones de crisis como las actuales, no se le exige al gobernante gran erudición, ni inteligencia superior. Lo que requiere es carácter, buen criterio y lo que Albert Camus denominaba elemental decencia. Esas son precisamente las cualidades de las cuales carece Donald Trump. Su retórica incendiaria, el racismo, la xenofobia y la exaltación de la violencia horrorizan a la opinión culta y cubren de ignominia la imagen internacional del país. Pero son música para los oídos de los evangélicos y los blancos sin educación superior, el núcleo duro de su base electoral. Con el respaldo de ese segmento demográfico aspira a hacerse reelegir, a pesar de una gestión desastrosa.
El año 2020 puede constituir un hito trascendental. Lo que está por decidirse en noviembre es si este farsante malévolo es una aberración histórica transitoria y rectificable o, si por el contrario, es el símbolo de la decadencia de una gran nación.