Hemos iniciado el penúltimo año de esta segunda década de este milenio, y cuando se renuevan ciclos, estos se acompañan con el anhelo de cambios, cuya esperanza es la prosperidad tanto en lo personal como en lo social a escala nacional y global. Particularmente este nuevo año, rápidamente nos presenta acontecimientos con emociones de regocijo y alegría, así como otros con indignación e incertidumbre.
Este ambiente que se respira, de esperanza de cambios, de no repetición de violencias, y poder alcanzar verdaderas transformaciones debería impulsar a que las esperadas respuestas en temas urgentes que demanda la sociedad se conviertan en realidad. Las transformaciones que se requieren van desde la gran escala de la humanidad y su medio ambiente; hasta el espacio y el rol que desempeña cada ser humano. Llevar la escala de acción para la transformación a un entorno cercano, a las decisiones individuales y al comportamiento personal, permite encontrar mayores oportunidades y certezas de avanzar; porque solo se requiere de voluntad.
El autor de En búsqueda del tiempo perdido, el francés Marcel Proust, decía: “Aunque nada cambie, si yo cambio, todo cambia”. Si lo que se modifica en primera instancia es la escala de lo macro a lo micro, de lo que no tenemos el poder de cambiar a lo que solo requiere de voluntad propia; esto puede generar grandes transformaciones, al movilizar voluntades que lleven a la acción constructiva.
A veces se menosprecia la labor en pequeñas escalas, pero la paz y la guerra empiezan en el hogar. La Santa Madre Teresa de Calcuta, Premio Nobel de Paz, explicaba que, si de verdad queremos que haya paz en el mundo, empecemos por amarnos unos a otros en el seno de nuestras propias familias.
La visión macro es importante y necesaria, pero no se puede perder de vista que todo ser humano por esencia es social y tiene el deber, la responsabilidad y la capacidad de decidir e incidir en la sociedad. Son frecuentes algunas expresiones que inmovilizan tales como “esperemos a ver qué pasa”, “no se puede hacer nada”, “esto lo debe cambiar otro” que han reducido la capacidad de acción a tal punto que todo pasa, pero nada pasa y seguimos igual o peor.
“Quienes pueden, pueden porque piensan que pueden”, decía Virgilio, autor de La Eneida, epopeya de amor y guerra. El pensar y creer que se puede es lo que moviliza la voluntad, es tener la confianza en sí mismo de aportar, evolucionar y salir de la zona de confort que paradójicamente cada día es más incómoda, porque el entorno ya no brinda tanto bienestar.
La confianza en el otro no es la única que se debe recuperar, está también la confianza en sí mismo. Enhamed Mohamed, medallista paralímpico, menciona que la mayor discapacidad es la falta de confianza en uno mismo, nadie puede decir lo que puedes o no hacer, porque los que no pueden te van a decir que tú tampoco.
El cambiar de escala a lo individual permite volver a lo esencial y sencillo, a lo que antes era básico y se podía esperar de una persona; amabilidad, respeto y servicio; que ahora se está volviendo escaso, extraño y genera asombro cuando se da.
La sumatoria de este cambio a escala micro puede generar grandes transformaciones, hace foco en lo relevante, y moviliza voluntades, puede ser un camino para avanzar y poner en marcha la evolución que requieren las familias, las organizaciones y la sociedad.