Señor Presidente, Colombia tiene 230.000 hectáreas de hoja de coca. La cifra es la más alta de la historia y con un crecimiento especial en el departamento de Putumayo y parques naturales o reservas protegidas que llegan a tener 50 % del total de cultivos sembrados. El año pasado uno de los parques que más concentró cultivos ilícitos fue el del nudo de Paramillo, cercano a Tierralta donde soldados aterrorizaron civiles violando el DIH mientras apuntaban a sus rostros con armas de fuego y prendas no oficiales.
Hay muchas formas de abordar el problema de las drogas. Especialmente para la cocaína es importante hacer la división entre hoja de coca y cocaína; su proceso y cadena de comercio. El cultivo de hoja de coca en Colombia no corresponde necesariamente al crimen y no debe ser estigmatizado.
Los campesinos se encuentran ante una realidad lejana a la de Bogotá y las capitales y entienden que en algunas zonas su única posibilidad de una vida mejor es cultivar la hoja de coca porque es mejor pagada. Simple. No tienen que ver ni con el proceso, ni con el mercado de la cocaína.
Ese primer reconocimiento es imprescindible. Sin embargo, no parece hasta ahora que la administración Petro esté alcanzando resultados estructurales sobre el problema. El Presidente se ha enfocado en los esfuerzos de interdicción e incautación de drogas. Dice usted, señor Presidente, que son casi 300 toneladas incautadas (no 300 millones) en 2023, pero que los dueños no aparecen. Por supuesto que no van a aparecer porque tienen ejércitos de hombres en grupos irregulares que los protegen y también a sus cultivos, ante la imposibilidad de las fuerzas para imponerse en el territorio.
El Phd en justicia y experto en análisis de conflictos armados, Jorge Mantilla, explica que es posible que gracias a la paz total los grupos armados irregulares incrementen su poder y su control territorial. Su hipótesis dejó de serlo hace rato. Lo que puede tener 100 % seguro es que la política de arcoíris, mariposas y palomas de la paz volando sobre los cielos del Catatumbo y el Cauca, no va a frenar a los narcos ni a su violencia.
En México, Amlo ha sido impulsor de negociar con los narcos y de ofrecerles “abrazos y no balazos” a los poderosos carteles que se han fortalecido a pesar de su propuesta. Desde Sinaloa y Jalisco hacen virales videos de ejércitos ilegales armados y uniformados con camionetas convertidas en tanques de guerra. Su poder a partir del dinero de la cocaína y las drogas sintéticas podría llegar a poner en riesgo la institucionalidad de ese país.
Es verdad y es sensato que el enfoque de la lucha contra las drogas se concentre ahora en los eslabones más poderosos y no en los campesinos vulnerables; es cierto que estudios académicos concluyen que el uso del glifosato no ha sido beneficioso en términos costo-beneficio ni correlación-causalidad.
Pero su estrategia no está funcionando, señor presidente. Y si el país no desarrolla una política seria para frenar el auge de los cultivos de coca, el país superará cada año en adelante la cifra más alta. Lo único que esto traerá es más poder y dinero a los narcos, más armas, más corrupción y más sangre. Lo que dicen los expertos es que la lucha contra las drogas debe ser a partir de la combinación de todas las estrategias. Debe haber vías terciarias y oferta del Estado, pero persecución a narcotraficantes y políticas públicas efectivas que hagan que para los campesinos haya otras posibilidades reales que les generen ingresos iguales.
Su Gobierno, señor Presidente, está adormecido frente a un enorme monstruo de grupos armados mezclados que desplazan civiles, hostigan a policías y militares y vuelven a tener control territorial como no pasaba hace décadas. Si decide quedarse en la incautación y en las quimeras de los aguacates, los narcos retarán de nuevo, quizás como en el siglo pasado, la institucionalidad. Ojalá no lleguemos a los 300.000 cultivos de coca en su Gobierno, porque no sería ese un buen legado para historia.