Señor presidente, Gustavo Petro, es posible que usted sienta que el país y sus instituciones no están respondiendo como quisiera a las reformas en política pública que su Gobierno se ha propuesto. Bien porque las manifestaciones en su favor no fueron masivas y las superaron las de la oposición al día siguiente, o bien porque no parece haber un apoyo consolidado de la población o “el pueblo” a la idea de un sistema de salud en el que las EPS no administren los recursos.
Es fácil concluir eso, más allá de las encuestas de la Andi o de los estudios del Ministerio de Salud, pues ni siquiera en su propio gabinete hay consenso y, por el contrario, es claro que por lo menos tres ministros se sienten incómodos con el texto llevado al Congreso. Uno de ellos fundamental para la reforma, pues sin aval de Hacienda no hay reforma.
Sin embargo, es muy pronto para una ruptura del gabinete. Esa sería una señal difícil de asimilar y que evocaría a su administración en Bogotá, cuando tuvo conflictos con Antonio Navarro y otros aliados de años que no lograron interpretarlo por las formas y el temperamento. En Palacio dicen que usted es un mandatario calmado, que escucha con mucha reflexión y que no ha tomado posturas determinantes. Prueba de ello ha sido las reuniones que tuvo con el fiscal general o con la alcaldesa, Claudia López, días después de tener duras controversias públicas por la colaboración de la SAE y el Metro. Debe saber que los ministros con más experiencia tienen que tener validación de su parte, y sus opiniones frente a todas las reformas estructurales del país deberían ser bien valoradas. No solo escuchadas pero ignoradas en la práctica.
La reforma a la Salud tiene pocas probabilidades de pasar tal como está escrita en su origen. Aparentemente el Congreso, incluso su coalición, va a mostrar algo de independencia. Su propio presidente del Senado ha dicho que la reforma “no va a acabar el aseguramiento que existe hoy y que ha cobijado a 48 millones de colombianos”. Una congresista del Partido de La U le envió una carta al ministro de Hacienda pidiéndole explicaciones sobre el aval fiscal, y el vocero del Partido Conservador para la reforma, explicó que no ven con buenos ojos ese texto original.
La pregunta, señor presidente, es qué va a hacer usted si el Congreso no aprueba sus reformas. Y es una pregunta con total trascendencia porque los hechos dan cuenta de una elevación en el tono que parece cada vez más irascible y menos dispuesto al consenso. Su referencia desde el balcón de Casa de Nariño a Jorge Eliecer Gaitán es peligrosa; podría leerse como una justificación a la violencia o un destino caótico si el legislativo no le da luz verde al “cambio”. ¿Y si el Congreso no aprueba la reforma a la salud con la reducción de las EPS a su mínima expresión?, ¿y si el Congreso no aprueba el traslado de los flujos de cotizaciones hasta cuatro salarios de los fondos privados a Colpensiones?, ¿y si el Congreso no aprueba que las horas extra comiencen a las 6 de la tarde?, ¿y si el Congreso no aprueba la despenalización de la injuria y la calumnia? No solo será pronto para un quiebre en el gabinete, sino para cualquier mención hacia un plebiscito.
La alerta tiene lugar, señor presidente, porque ha dicho usted que la reforma a la salud fue ya aprobada por más de 11 millones de personas que lo eligieron, y eso suena mucho a la idea de un plebiscito en la que el pueblo elija en las urnas directamente las reformas que quiere. Tampoco sería una buena idea una constituyente y no es lejano el escenario; es lo que sucedió exactamente en Chile tras el triunfo de Boric y con muy malos resultados para su homólogo. La conclusión fue una enorme pérdida de tiempo valioso para gobernar y un espiral en la polarización que dividió más a los chilenos entre buenos y malos acusándose mutuamente.
Por último, señor presidente, es importante que no use la palabra nazi para referirse a cualquier opositor o diferente políticamente. No solo porque su discurso ha sido establecido durante años en el valor de la “otredad”, sino porque relativizar el nazismo puede ser una distorsión irrespetuosa para un pueblo exterminado.
Recuerde que es usted presidente, jefe de Estado, representante del Gobierno de Colombia que reúne a 48 millones de ciudadanos. No solo a 11 millones. En esos 48 millones están los ciudadanos que hacen parte de las minorías, pero también los industriales, los empresarios, y los representantes, como usted, de los otros poderes. Señor presidente, está y siempre estará a tiempo de moderar el discurso y buscar consensos responsables. Es mejor esa forma de pasar a la historia de la democracia.