Analistas

La guerra en Palacio

Santiago Ángel Rodríguez

El poder en el entorno del presidente Gustavo Petro está dividido. Está claro que el jefe de Estado confía en pocas personas; algunas de ellas son quienes militaron con él en el M19 desde hace 20 ó 30 años. Por supuesto está su familia. Y luego está Laura Sarabia.

La jefe de gabinete es una mujer a la que el país respeta por su disciplina y porque hace de puente con el Gobierno frente al sector privado, los periodistas y los críticos, pero cuyo poder puede estar siendo demasiado incómodo para quienes antes se sentían privilegiados de ser más cercanos al Presidente.
Sarabia corre un riesgo también y es el engaño del poder, que es tan pasajero y tan odioso cuando se va. Y como es ella la mujer que está más cerca del Presidente, quien toma las decisiones en sus ausencias, la que organiza la administración y la que desenreda los problemas, también ha hecho fácilmente varios enemigos.

Pero no se trata solo de Sarabia. El poder en Palacio está dividido también sobre quienes están haciendo inteligencia y contrainteligencia, y quienes ven el poder como una forma para hacer dinero.
Carlos Ramón González y Augusto Rodríguez, los directores de dos agencias que tienen herramientas y hombres desplegados por todo el país, sienten que el Presidente está cometiendo errores al concentrar el poder en la joven Laura. Aparentemente así lo han hecho saber en algunos escenarios. Y del otro lado hay contraataques.

Lo grave de esta tremenda división de poder que rodea al mandatario es que no le hace bien al país. Petro por sí mismo no es un buen líder; hay varios rasgos de su personalidad que lo caracterizan de esa forma. No logra cohesionar equipos, personifica las victorias y le echan la culpa a los demás sobre las derrotas. Para el Presidente la historia del país la ha escrito él, todas las causas políticas tienen que ver con él, y el cambio es él mismo, es su Gobierno. Eso denota una falta evidente de conocimiento sobre trabajo en equipo.

Cuando el equipo no importa, no hay objetivos claros tampoco. Eso explica por qué lleva a sus ministros a todas las regiones a quejarse de ellos, por qué ha hecho tantos cambios en menos de dos años y por qué ya anunció un nuevo gabinete. Explica de hecho por qué hay tantos escándalos de corrupción a la par que parecen no tener un final certero. Petro no es un mandatario que gerencie su poder porque su talante es el de los golpes sobre la mesa y la autoridad.

Luego, el poder del Presidente se derrama sobre los funcionarios en los que más confía y estos se pelean mostrándose los dientes para hacerle saber al otro quién es más poderoso porque es más cercano al gran líder, o ha compartido más con él o tiene más confianza.

Concentrar tanto poder en personas que no están preparadas para manejarlo porque la madurez frente al dinero y el reconocimiento no ha llegado es algo que nunca termina bien. Saber gobernar es también saber gestionar el poder. Petro ha demostrado que no sabe hacerlo. Sus ministros se graban los unos con los otros, los funcionarios le hablan a los medios y amenazan cuando los quieren remover o cambiar con salir a la prensa a hacer escándalos. Y su ala más próxima, la militante, no confía en quien se ha convertido en su sombra. El peligro de esa pelea es que en la mitad está el país. Y así vamos, de escándalo en escándalo, de pelea en pelea, en un Gobierno cuyo único activo parece ser la locuacidad de los discursos del mandatario. Esas son sus bases. Que nada nos sorprenda.

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Análisis - Palacio de Justicia - Gustavo Petro