En términos de políticas públicas y de ejecución de recursos, proyectos de desarrollo y cooperación del Gobierno Nacional y los gobiernos locales, los próximos años no serán fáciles para el país. Colombia está a punto de ver la expresión de un sentimiento ciudadano frente al Gobierno del presidente Gustavo Petro. El rechazo a los candidatos del Pacto Histórico, que no ganarán ninguna capital relevante y difícilmente alguna gobernación en el mismo sentido, será un rechazo a la forma en la que el mandatario lleva su Gobierno. En un año y dos meses de administración nacional, Petro ha demostrado que ser brillante y la intelectualidad no son suficientes para gobernar bien; se necesita humildad, disciplina y mucha inteligencia emocional para que las pasiones no desborden las acciones.
El Gobierno está obligado a garantizar el orden público y la seguridad, soberanía y defensa en todo el territorio, pero es poco probable que al presidente le interese que los índices de inseguridad o de pobreza en Medellín se reduzcan con Federico Gutiérrez al frente. Si Galán no cede a la obsesión con el metro subterráneo en Bogotá, es poco probable que al presidente le interese aumentar el pie de fuerza en la ciudad o cooperar con recursos nacionales para el Regiotram. Es poco probable que al presidente le interese adelantar obras de infraestructura en Barranquilla y el Atlántico para inaugurar junto a Álex Char o Eduardo Verano. Si Eder gana en Cali, el único escenario realmente debatido en estas elecciones, será un reto también que el Gobierno nacional ponga recursos para que crezcan las industrias del Valle y haya políticas que ayuden a competir mejor a los empresarios.
Un Gobierno dedicado a administrar el país bajo decretos que la Corte Constitucional no se demora en corregir y tumbar, como en La Guajira, y que no se articule con los gobiernos locales para que las políticas públicas tengan éxito, está condenado a que nada cambie, a pesar de ser el gobierno del Cambio. Un año y dos meses después de inaugurarse como presidente, los resultados más ambiciosos de Petro han sido la reforma tributaria, y conseguir un cese con el ELN y otro con las disidencias de las Farc, que se sienten en la sala de su casa acordando con Danilo Rueda. El Gobierno no ha logrado avanzar de manera contundente en su plan de reformas y el Senado será una traba importante; en las reuniones de los territorios al presidente y la vicepresidenta los chiflan por llegar tarde o por el manejo político local y la arrogancia. Algunos sindicatos están rotos por dentro entre apoyar o no apoyar al presidente y los congresistas leen cada vez más que la administración es impopular y que apoyarla puede ser contraproducente. De las transferencias monetarias no se volvió a saberse nada. Y a todo este panorama, hay que sumarle la nueva composición política del país con unos alcaldes y gobernadores a los que no les interesará que al Gobierno le vaya bien y a un Gobierno en la misma posición frente a esas administraciones.
Este sería un buen momento para que Petro entendiera que lo se debate es su legado que hasta ahora es leído sin mucho más que las peleas diarias de X. El presidente tendría que poner en ejercicio su inteligencia emocional, sacar un poco de humildad y ponerse a trabajar a partir del domingo con los nuevos liderazgos; convocarlos para unir al país y dar un mensaje que proyecte trabajo en equipo, cohesión y sincronía por el bien de todos. No más peleas, trinos interminables, arrogancia ejecutiva y conspiraciones imaginarias. Quizás estamos soñando.