Señor Presidente, lo que está pasando hoy es la consecuencia de una decisión durante campaña: ganar costase lo que costase. El problema es que nadie imaginaba que el costo iba a ser su hijo, y ese es un precio mucho más que alto.
Hubo una lección para el presidente Gustavo Petro en 2018. No era posible ganar sin la política tradicional. Pero las consecuencias de aprender esa lección están pasando una factura que desestabiliza al corazón del Gobierno y sumergen al mandatario en un drama familiar en el que nada es controlable.
El inmanejable era Armando Benedetti. Ahora el Presidente tiene dos inmanejables: Benedetti y su propio hijo, al que le dio un portazo poniendo primero su Gobierno y al propio Estado. Esa es una actitud digna con su responsabilidad, pero percibida como de abandono por su hijo. Y, ahora, su hijo, que quiso enriquecerse aprovechando la influencia de su padre, no perdonará el rechazo.
La salida no es fácil; parece realmente un laberinto de traiciones y mentiras que inicia su descenso, conforme la historia avanza, hacia los sótanos del infierno, para usar una frase de nuestras celebridades. El problema, señor Presidente, es su responsabilidad política.
Es una verdad objetiva que usted ha dedicado su vida a denunciar hechos de corrupción. Pero, tras su derrota en 2018, entendió que para alcanzar la Presidencia no solamente se podía apelar al voto de opinión y a convencer a los del centro. Había que incorporar a los que saben hacer política. Llegaron entonces a su campaña personajes de la política tradicional que antes lo acusaban de chavista y de dictador. Hacer las paces fue fácil. Pero esos personajes llegaron con sus fantasmas y los fantasmas ya empezaron a aparecer.
Los Jattin. Usted, señor Presidente, dejó que la campaña en Córdoba tuviera el apoyo de los Jattin. Está claro que en Lorica el grupo de Zulema Jattin hizo campaña por usted. Su hermano, Juan Fernando, se reunió en la cárcel con Álvaro el Gordo García, relacionado con la masacre de Macayepo; y representantes de su campaña se subieron a tarimas al lado de los Quessep en Sucre, cercanos justamente al Gordo García y, con ello, a la para política en la región.
Usted, señor Presidente, se bajó ya siendo jefe de Estado de una camioneta en Barranquilla en la que lo acompañaban su señora esposa y su primo, Mario Fernández Alcocer, cuestionado por sus conexiones en Sucre y a quien el Pacto Histórico apoyaba hasta hace poco para ser el gobernador de ese departamento. Su propio hijo se fotografió con el hijo de Musa Besaile y políticos del Pacto estaban desde hace varios meses tratando de conseguirle aval a Santa Lopesierra en Maicao. ¿Y qué pasó? Aquí estamos.
Señor Presidente, lejos de querer que a su fuero y a su Gobierno les pase algo; lejos de las responsabilidades penales que son individuales y atañen a quienes con conocimiento de lo que hacían cometieron delitos, su responsabilidad es política.
Es verdad que la teoría de que “el fin justifica los medios” no es siempre razonable. Lo estamos viendo en Colombia y debe ser entendido como una lección para todos. Ganar como sea trae consecuencias, y qué difícil cuando la consecuencia es la familia.
Y, ¿Armando Benedetti? Le quedan pocas fichas en el ajedrez. La reina de su tablero está cada vez más indefensa.