El precandidato presidencial podría acercarse a ganar la consulta de la derecha. Su campaña es parcialmente orgánica aunque es evidente que estructuró una estrategia en redes que ha tenido que contener. Las preguntas alrededor de De la Espriella tienen que ver con su real capacidad de abandonar un discurso fácil que atrae likes y se viraliza con ataques a periodistas, para pasar a gobernar un país con enormes problemas estructurales en todos los campos. Y si podrá cohesionar a Colombia para superar una página de división a la que contribuyó el actual Gobierno. No solo se puede pensar en el 2026, sino en 2030.
De la Espriella bien podría ser el outsider de esta contienda electoral. Su estrategia reúne espejos de Milei, en Argentina, como cuando dice que a la izquierda hay que destriparla o erradicarla. Y también de Bukele en el Salvador cuando habla de la política de seguridad y de su visión de las cárceles. También reúne elementos del discurso de Trump cuando asegura que los ciudadanos venezolanos le han causado enormes gastos al sistema de salud en Colombia. Su análisis de las victorias recientes de las campañas en la región es bueno.
Milei ganó en una Argentina que estaba cansada del desastre económico de la izquierda con un discurso contra el sistema. Bukele ganó en El Salvador devolviéndole la esperanza a su país que estaba cooptado por los peores criminales en las pandillas. Trump ganó en Estados Unidos prometiendo políticas duras para restringir la migración ilegal, que, como lo explicó bien un artículo de Bret Stephens en el New York Times esta semana, es la consecuencia de la apertura total que inició Merkel en Alemania sin una regulación mínima y contra sus propios electores, porque nunca les dijeron que se elegirían para abrir por completo las fronteras.
Es el extremismo de lo woke lo que eligió ciertamente a los gobernantes que pueden categorizarse dentro de los populismos de derecha. De la Espriella apela a las victorias de cada uno con un carisma especial. Su campaña tiene buenos números para empezar tan pronto y es notorio que ha amenazado el liderazgo de Vicky Dávila. Algunos de sus seguidores más reconocidos en redes no están con ella por ahora, sino con el abogado. A su campaña se han sumado Enrique Gómez y varios de los precandidatos de la centro derecha lo consideran cercano.
En marketing político y en estrategia De la Espriella se parece a Quintero. Hacer tendencias con ataques a periodistas es rentable en las redes pero es un detrimento para la democracia. Es lo que de manera exacta hizo Trump en su primer gobierno, en su campaña y en su segundo gobierno contra la institucionalidad de los medios, que, al final, siempre han estado ahí viendo pasar candidatos y gobiernos uno tras otro para seguir cuidando los valores democráticos.
Quienes lo consideran una opción viable entienden que hablar duro o “decir las cosas como son” es lo que el país necesita en la transición del Gobierno de Petro, que le ha dejado terribles indicadores al país en salud, orden público, seguridad, y que especialmente ha convocado a un revanchismo y un debate intelectual basado en el odio y los señalamientos.
De la Espriella tiene algunas buenas propuestas. Habla de enfocar la política pública de vivienda hacia la compra de vivienda propia que puede calar en una coyuntura de la caída de construcciones de viviendas VIS y no VIS y ante el abandono de políticas como Mi casa Ya. Y tiene otras propuestas nefastas como abandonar Naciones Unidas. Si bien hay críticas a los organismos multilaterales no puede cortarse de un día para otro el acceso a la cooperación internacional ni a los Objetivos de Desarrollo Sostenible que son un logro de la humanidad para la conservación del ambiente.
Un país desconectado del mundo que solo vea para Estados Unidos y para Italia no es una posibilidad en el siglo XXI. Es además inviable. Ni Estados Unidos ha salido de la ONU con todas las críticas de Trump a su funcionamiento y allí mantiene a su embajador.
Pero lo más desafiante para De la Espriella, si logra ganar la consulta de la derecha y se elige como presidente, es el país que viene.
La diferencia entre Bukele, Milei y Trump con cualquier candidato en Colombia, es que ninguno de esos países tiene un conflicto armado interno más vivo que en las últimas dos décadas que hay que saber resolver. Para usar la fuerza de las armas hay que tener responsabilidad. No es Call of Duty.
El discurso radical que pide no lograr ningún tipo de consenso con el petrismo o la izquierda, que ganó las elecciones pasadas con más de 10 millones de votos, traerá durísimas protestas violentas que serán respondidas con violencia policial y la espiral se convertirá en un país muy parecido al de 2020 y 2021 pero peor.
Insisto, es cierto que en esas protestas hubo hechos criminales coordinados de grupos armados y jóvenes que incendiaron ciudades sin justificación. Pero es cierto también que hubo protestas legítimas que fueron respondidas con fuerza y abusos innecesarios. Hay informes de la Defensoría del Pueblo y otras organizaciones independientes que lo comprueban. Hay libros como el de Sandra Borda que lo ratifican.
Colombia salía de una pandemia y la atención a las personas que exacerbaron su pobreza y condiciones de vida pudo ser mejor.
Debe haber autoridad y justicia contra los violentos. Debe haber ofensiva contra los grupos armados. Pero también tiene que haber capacidad de diálogo, de consensos y de cohesión.
Colombia ya fue un país de unos contra otros los últimos tres años. Algunos en la derecha tienen la idea de que hay que acercarse al centro, como lo hizo Petro para ganar en 2022. Ese es un buen consejo. Desradicalizar las discusiones y no volverlas maniqueas puede ser otro.