No hay ningún ángulo positivo a todo lo que ha pasado en Colombia durante los últimos cinco días. Es un esfuerzo inútil. Porque aun cuando el viacrucis parece no haber terminado, el balance ya es desgarrador. Algo en lo que tendremos que reflexionar de aquí a las próximas elecciones a manera de advertencia frente a las verdaderas intenciones de quienes han tratado de incendiar el país entero, logrando, eso sí, que una región prospera y vital como el Valle de Cauca, esté prostrada, saqueada, y desabastecida. Todo esto, con fatales consecuencias para la salud y la vida, en medio del pico más peligroso de la pandemia, y desastrosas implicaciones para la incipiente recuperación económica y la reactivación del empleo. Sin hablar siquiera del costo de reconstruir el patrimonio público y privado, destruido en un planeado y estimulado desenfreno de vandalismo y sevicia, mientras los convocantes oficiales del paro de nuevo esquivan responsabilidades, afirmando sin inmutarse que por su lado sí marcharon pacíficamente.
Solo para tener referencias claras del costo, me quiero remitir al comunicado del sector empresarial del Valle del Cauca, en el cual reporta que “Tras cuatro días de bloqueos, un total de 57 plantas industriales representativas de la región, responsables de los insumos y productos finales del abastecimiento no sólo del Valle sino de Colombia, han tenido que detener su operación. Además, 70% de las pequeñas y medianas empresas formales del departamento han tenido que cesar sus actividades o abrir de manera intermitente. Según el Dane, son precisamente éstas las que generan 78% del empleo local”. Para añadirle gravedad anota que “ya se comienza a reportar escasez de productos de primera necesidad en varios municipios del departamento, al igual que la interrupción de la llegada de oxígeno a clínicas de su capital.
Además de un total 2.400 toneladas de basura al día que se producen en Cali, desde el primer día de protestas hasta hoy, sólo se han evacuado 500 y hay casi 10.000 acumuladas. Esto, y la posible muerte de millones de animales, podrían desatar una grave crisis sanitaria, adicional a la que ya vivimos por el covid-19”.
¿Tras leer todo esto, creería alguien que lo que pasó fue un golpe a las élites o a un sistema excluyente de una región? Es hora de sacudirnos…estamos hablando nada menos que del tejido empresarial que paga buena parte de la nómina de todo un departamento y que tiene implicaciones para la nación entera. Como bien lo anota el comunicado: “De estos sectores dependen directa e indirectamente, cientos de miles de empleos, el sustento de decenas de miles de hogares y el abastecimiento de bienes de primera necesidad de más de 4,6 millones de vallecaucanos. La afectación no es solo para la región, pues compromete el funcionamiento de las cadenas de suministro desde ésta y desde el exterior, lo cual impacta directamente otras zonas del país”. Es decir, el problema es nacional y muchas otras regiones y ciudades, aunque en menor medida, fueron víctimas también de estos “falsos indignados”.
Por ello, es hora de que quienes defendemos las libertades políticas y económicas, nos preparemos con valor y convicción, ya que estamos en la antesala electoral, donde grupúsculos violentos quieren arrebatarnos a través del miedo y la violencia, lo que no han podido, ni podrán, a través de las urnas. Esperemos, eso sí, que no hayan logrado espantar la inversión, dar al traste con la economía, y privar al país de su grado de inversión. Que lo que pasó en el Valle sea la advertencia y el punto de partida de todo un despertar en Colombia.