Es fácil hoy caer en el pesimismo. Un mes de barbarie y caos nos darían razones sobradas para sentirlo. Las cifras de pérdidas son aplastantes, entre $10,8 billones y $15 billones, según como uno interprete el informe dado a conocer por el Ministerio de Defensa la semana pasada. Y serán más, ya que mucho me temo que junio puede exhibir comportamientos similares, aunque atenuados. El hecho es que, por donde se lo mire, asumiremos el costo de mínimo dos reformas tributarias. Hasta acá solo hablamos de cifras, sin acercarnos al desgarrador costo humano; 19 muertes y 2.185 heridos, la mayoría de ellos jóvenes pertenecientes a la Fuerza Pública que estaban cumpliendo con su deber. En fin, el horror. Pero aun en medio de esta oscuridad, se vislumbran rayos de luz que nos dan razones para atrevernos a pensar que las cosas pueden mejorar. Y estoy hablando del segundo semestre.
¿Pero qué razones habría? Sería la pregunta. Empecemos por el lado político. Por un lado, puedo prever, dada la impaciencia y la indignación creciente por los destrozos y el desabastecimiento, que para julio el péndulo de la opinión girará en contra de los convocantes al paro, dada su incapacidad, o complicidad, en unirse a un clamor nacional para el cese de los bloqueos y la violencia. Las inmensas marchas de la última semana exigiendo precisamente eso no podrán ser ignoradas o reducidas a “uribistas”, “paracos”, o “fascistas”. Y esa presión ciudadana se verá reflejada muy seguramente en los primeros acuerdos con el Gobierno, que tendrán que incluir el “despeje” de vías.
Por el lado sanitario, el acelerado ritmo de vacunación puede llevarnos a que este tercer pico tan mortífero que estamos atravesando sea el último que impida una apertura muy amplia a partir de julio, lo que tendrá efectos muy positivos sobre la actividad económica y el empleo. Incluso la alcaldesa de Bogotá, tan sensible frente a priorizar la vida sobre la economía, hasta que se alineó con el paro, claro está, ha dicho que la capital se abre a partir del 8 de junio.
Por el lado de pronósticos económicos, ha causado gran impacto que la Ocde hace seis días, es decir, mucho después de haber empezado el paro, pronostica un crecimiento de la economía colombiana de 7,6% para el 2021, incluso por encima de las cuentas del gobierno. Y a esto debemos sumar un elemento político internacional de mucho peso, como es el respaldo inequívoco de la administración Biden al país y al Gobierno, representado en una petición al Congreso Norteamericano de aumentar los apoyos a Colombia en 29% para llegar a US$453 millones. Con este panorama hemisférico, el cerezo sería un triunfo de Keiko Fujimori en Perú, que se ve ahora más probable, lo que, junto con la victoria de Lasso en Ecuador, le da un gran impulso a la Comunidad Andina de Naciones (CAN), un mercado clave para nosotros.
Es claro, entonces, que sí hay razones para ser optimistas. Pero también es cierto que todo depende de que en este mes se normalice la movilidad, se extinga la violencia, y se concrete una reforma tributaria simple y corta, como la han pedido ya muchos gremios y economistas de todas las tendencias. Solo necesitamos un último ingrediente, que es sensatez y patriotismo por parte de nuestros políticos, y disposición al dialogo, pero con muchos sectores y no solo con el paro, por parte del Gobierno. Una vez esto se dé, no tengo la menor duda de que la disparada del crecimiento, impulsada hasta ahora inversión represada y capitales quietos, será de una gran magnitud. Solo así crearemos los empleos y oportunidades que tanto están demandando los jóvenes en las calles.