Reflexiones sobre el consumo privado
En el último año, el consumo privado ha registrado una extraordinaria dinámica, exhibiendo una tasa de expansión cercana a 4,5% real, superior a 3,6% observado en 2018, y a 3,2% proyectado para la economía en su conjunto en 2019. Este componente, además de ser el de mayor crecimiento desde los últimos dos años, también es el que más ha contribuido al crecimiento agregado.
Este llamativo comportamiento ha avivado la discusión en torno a qué factores estarían detrás de esta aceleración, así como cuáles serían los principales riesgos a futuro que podrían restar tracción a este rubro.
En primer lugar, está desde luego el asociado a la mayor demanda de la población migrante. En efecto, el crecimiento del flujo de migrantes venezolanos ha continuado aumentando. A octubre de 2019 se estimaba una población de 1,6 millones y para 2020 se proyecta una cifra de 2,4 millones de migrantes, hecho que ha generado un significativo impacto sobre el gasto de los hogares. La presión sobre el consumo de bienes al por menor, a causa del fenómeno migratorio, se ha reflejado a lo largo del país, sobre todo en Bogotá, Cúcuta y Barranquilla, las ciudades que albergan el mayor número de inmigrantes del vecino país.
El aumento de la entrada de remesas al país constituye otro importante factor explicativo del buen desempeño del consumo. En 2019 este rubro ascendió a US$6.773 millones, una cifra histórica que representa una variación anual de 7%, prolongando con ello la expansión que inició en 2015 y que se espera mantener durante 2020. Bien hay que destacar que en aquellas regiones donde se han concentrado estos flujos, como Valle del Cauca, Atlántico y Santander, las ventas minoristas han experimentado un crecimiento superior al total nacional.
Por otra parte, la estabilidad de precios y las expectativas de inflación ancladas al rango meta del Banco de la República han permitido mantener, y en algunos casos incrementar, el poder adquisitivo de los hogares colombianos. Además, la tasa de política monetaria en terreno expansivo y su exitosa transmisión a los créditos de consumo, ha facilitado el apalancamiento de la demanda de los hogares, que de momento no ha generado señales de alerta en términos de carga financiera.
Sumado a lo anterior, está por supuesto el incremento real del salario mínimo, pactado en los últimos años por encima de los criterios técnicos de productividad, un factor que deja una lectura más agria que dulce. Y es que si bien estos incrementos continuarán, al menos en el corto plazo, apoyando el consumo, a futuro también suponen presiones en los costos laborales, lo que puede generar desincentivos a la contratación, así como mayores presiones inflacionarias. Este efecto sobre el poder adquisitivo, valga señalarlo, no es ni será sostenible dadas las consecuencias adversas en materia de informalidad, desempleo y sobre todo inflación futura.
Por todo lo anterior, aunque las perspectivas sobre el consumo hoy lucen positivas, en adelante, el panorama no es tan claro. La prolongación del ciclo expansivo sustentado en la fortaleza de nuestra demanda interna dependerá de la implementación de reformas estructurales encaminadas a formalizar la población migrante, que muy seguramente continuará llegando, y lograr mejores condiciones para la contratación laboral. Aunque aún nos queda combustible, la materialización efectiva de dichas reformas será vital para continuar sustentando nuestro liderazgo en la región y mantener la resiliencia que siempre nos ha caracterizado.