La crisis cambiaria que afrontan países como Turquía y Argentina continúa inquietando a los mercados. La vulnerabilidad externa de estas economías, hoy exacerbada en un contexto de menor liquidez global, ha contribuido a incrementar la percepción de riesgo hacía activos emergentes.
Turquía, país que hace unos años era considerado como una de las promesas del desarrollo económico, enfrenta actualmente una depreciación galopante en su moneda que, en lo corrido del año, alcanza 63%, un hecho aunado al considerable incremento de sus indicadores de riesgo país.
En efecto, los erráticos pronunciamientos por parte de las autoridades económicas y las tensiones comerciales con Washington han producido una crisis de credibilidad dentro de los inversionistas extranjeros, y con ella, una parada repentina de los flujos de capitales. Esta turbulencia, dicho sea de paso, amenaza seriamente con agravar las presiones inflacionarias y poner un freno al crecimiento de la actividad productiva.
El caso de Argentina es de hecho menos esperanzador. En los primeros años del gobierno de Macri, la implementación de reformas económicas graduales fue bien recibida por los mercados, lo que permitió dinamizar el crecimiento económico y generar confianza.
No obstante, a comienzos de 2018 el Banco Central, de manera desacertada, redujo su tasa de interés, dificultando así el cumplimiento de la meta de inflación (15%) que meses después debió ser abandonada. A partir de allí, los anuncios para resolver los desbalances económicos han continuado siendo poco claros y contraproducentes, llevando a que Argentina se encuentre una vez más en un escenario en donde su credibilidad dependerá de la asistencia del Fondo Monetario Internacional y del trámite de impopulares medidas económicas que busquen disminuir el gasto público.
Si bien Colombia, como país emergente, se encuentra expuesta a choques externos y a volatilidades asociadas a sus déficits gemelos, lo cierto es que sus compromisos con la regla fiscal y la mejoría de sus fundamentales económicos han llevado a que el país goce hoy de una percepción diferencial por parte de los inversionistas frente al resto de emergentes.
Esta mejor percepción ha sido también atribuida a la coordinación entre la política fiscal-monetaria-cambiaria de los últimos lustros. En efecto, la consolidación del proceso de recuperación de la demanda agregada, el anclaje de la inflación y la progresiva reducción de su déficit en cuenta corriente, que a corte de 2017 bordeó 3,4%, han contribuido a acotar la vulnerabilidad externa.
Estos avances, sumados a la alta credibilidad que goza el país ante las Agencias Calificadoras de Riesgo e inversionistas extranjeros, ha permitido que el peso colombiano se haya devaluado tan solo 1,4% en lo corrido del año y que la percepción de riesgo país no haya experimentado crecimientos importantes.
Sin embargo, si bien esta mayor fortaleza en sus fundamentales da cuenta de su estabilidad, no debe llevar a un relajamiento ni a la falsa premisa de que el país se encuentra blindado ante los choques externos.
La reducción de los déficits fiscales y en cuenta corriente, el compromiso con la estabilidad de los precios y el manejo claro de la información por parte de las autoridades, continúan siendo hoy perentorios.
xAsimismo, el trámite de una reforma tributaria que incremente el recaudo, modere el gasto público y genere incentivos para dinamizar los canales de inversión, se constituye hoy como un elemento imperativo para aminorar la vulnerabilidad externa e impulsar el crecimiento económico sostenible.