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Las prohibiciones crean mercados negros

Santiago Dussán - Libertank

El mercado es una de las posibilidades dentro de una constante alternativa que enfrentamos para satisfacer necesidades. A través de los precios, los empresarios juzgan qué necesidades son más o menos urgentes y producen de acuerdo a esta información. La otra posibilidad es que el Estado decida qué necesidades individuales se satisfacen. Entre más tengamos de la primera posibilidad, menos tendremos de la segunda, y viceversa.

Los empresarios solo pueden obtener ganancias si satisfacen las necesidades de los consumidores. Su bienestar depende directamente del efectivo bienestar de estos. Al hacerlo, sus acciones pueden verse obstaculizadas por la planificación central por parte del Estado. Este, en ocasiones, y respecto de ciertos productos, puede concluir que los empresarios no están atendiendo las “reales” necesidades de los consumidores, y que por ende no se están produciendo cosas “realmente necesarias.” Para asegurarse de que este proceso no vaya más, el Estado prohibe la producción de aquello que juzga innecesario o dañino -en contra de las preferencias que hayamos podido revelar comprando o dejando de comprar. Así es con las prohibiciones de algunas drogas o de algunos servicios de transporte. El Estado prohibe con la intención de protegernos de nosotros mismos.

No se pueden prohibir necesidades. La prohibición se dirige a la producción de los empresarios. Ante esto podemos ver, casi que en tiempo real, el surgimiento de una presión considerable para que el mercado de lo prohibido se restablezca -ilegalmente, con un mercado negro. Los consumidores son a los empresarios lo que los faros son a los barcos en la mitad de la noche. Estará prohibido vender drogas, pero no seguir necesitándolas. Ante la vigencia de sugerencias de consumidores hay ganancia empresarial que clama ser atendida.

Producir aquello que está prohibido no es algo que todo el mundo esté interesado en hacer. Requiere, por un lado, de nervios suficientes para soportar ser perseguido -y eventualmente aprendido- por varias agencias estatales. Por otro lado, requiere de las habilidades necesarias para violar la ley buena parte del tiempo. Entre más entusiasta y estricta la prohibición, mayor la magnitud de estos dos requerimientos por parte del empresario ilegal, y mayores las tensiones entre Estado y mercado negro. También mayores serán las tensiones entre competidores de este y mayor la necesidad de contar, no solo con habilidades para violar la ley, sino para eliminar violentamente a la competencia. Una de las habilidades requeridas será ser violento- y entre más violento más “eficiente.” El precio de ofrecer lo prohibido aumenta por el afán de compensar el riesgo de perseguir ganancias ilegales y por el menor número de oferentes en ese mercado. Ello resulta en menor competencia; en menor afán en mejorar la calidad de los productos.

Al final, terminan beneficiándose, por supuesto, aquellos pintorescos y violentos empresarios, pues es como si se les hubiera entregado una licencia monopolista para vender a altos precios y baja calidad; y por supuesto, el Estado, al cobrar los impuestos que guste para ejecutar forzosamente la prohibición. Se perjudican por la prohibición, por el contario, los consumidores, que reciben un producto de inferior calidad –i.e. potencialmente peligroso- en un mercado lleno de tensiones y violencia; los empresarios que no pudieron seguir rivalizando con los que decidieron emprender ilegalmente; y por último los pagadores netos de impuestos, que soportan la carga financiera de cuidarnos a los consumidores de nosotros mismos.

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