Socialismo y salud
La imagen recurrente de la miseria socialista es la de la salud. Las personas sumidas en angustia, abandonadas a su suerte en pasillos de hospitales públicos, esperando a que la muerte pase de largo.
El socialismo resulta siempre en un daño difícil de reversar. El fracaso del sistema no lo ha determinado la falta de su implementación auténtica. Sin mercado de medios de producción no hay precios y se desconoce el costo de producir. Sin ello es imposible conocer las necesidades individuales; se eliminan la ganancia de los empresarios y la competencia entre ellos para producir mejor y a menores precios. El mundo pierde soporte y se derrumba, al retirarse ofuscado el Atlas.
La producción eficiente así es imposible. Es un avión volando sin instrumentos. No es cuestión de si va a estrellarse, sino de cuándo. Cuando el Estado produce salud el resultado es el mismo. No hay forma de asignar eficientemente recursos a su producción. Las personas más pobres son las primeras que dejan de recibir el servicio. Surge el mercado negro de la salud.
La reforma de Petro busca entregar al Estado la producción de salud. Las imágenes de hospitales venezolanos y cubanos no han escarmentado lo suficiente.
El Estado colombiano interviene en la producción del servicio de salud. El servicio es el blanco de muchas regulaciones que le restan eficiencia. Sin embargo, existen manifestaciones tímidas de empresarialidad en el sistema de salud, que ha contribuido al aumento de la cobertura. Las EPS prestan varios servicios funcionando como una especie de aseguradora. Por fuera del plan obligatorio de salud, aquellas venden planes complementarios y servicios de medicina prepagada, que compiten con precios y calidad. La satisfacción de las necesidades de salud se da sin mayor obstáculo para aquellos con suficientes medios para pagar precios relativamente altos, que son resultado de las trabas a potenciales oferentes.
Con relación al plan obligatorio de salud, las ineficiencias comienzan a verse. Las EPS no compiten con precios o innovación en servicios, porque ambos son determinados arbitrariamente por el Estado. En estos dos no hay función empresarial que se pueda identificar. Aun así, cierta rivalidad en ofrecer calidad a los individuos se ve respecto de ellas. Las personas pueden escoger libremente entre aquellas, decidiendo a cuál de ellas irán sus involuntarios aportes. Además, las EPS celebran contratos con prestadores de servicios como laboratorios y centros de radiografías para poder prestar el servicio a las personas. Así se generan incentivos a preocuparse por sus precios y la calidad en la prestación de los servicios -que se traduce en beneficios, por tímidos que sean, para los usuarios.
La producción del servicio de salud sería mejor si se le añadiera aún más competitividad empresarial; afán por crear bienestar recompensado con ganancias. La reforma niega esta posibilidad. De concretarse, la administración de los recursos quedará en manos de una agencia estatal que financiará hospitales públicos.
No será la corrupción de los políticos lo que hará fracasar el sistema estatal de salud. Será el hecho de que aquel estará diseñado para hacerlo. No es cuestión de si la reforma fracasará en Colombia, sino de cuándo y a qué velocidad lo hará. Es una certeza desoladora, que dará imágenes al mundo del fracaso socialista colombiano.
Una vez más.