Para promulgar el viejo acopio de vacas flacas y vacas gordas, alguien se fundamentó en la metáfora de la abundancia y su antítesis, la escasez; como escenarios posibles. La cita celebre de un libro sagrado es estricta: “… el faraón soñó que estaba de pie a la orilla del río Nilo. Vio siete vacas gordas y sanas que salían del río … Luego vio otras siete vacas que salían del Nilo detrás de ellas, pero eran flacas y raquíticas” (Génesis). El sueño luego de interpretado, resume los hechos dables de bonanza y precariedad, en términos coloquiales el preaviso de “que no te cojan desprovisto”. En épocas de la versatilidad, es fundamental la pregunta sobre la flexibilidad ante lo inesperado, la capacidad de maniobra para conjurar una mala situación y la pregonada resiliencia.
La reciente protesta de los transportadores, además de la reflexión sobre el gremio y su importancia en la economía, permitió que los consumidores viviéramos uno de los dos principios fundamentales de la ciencia económica: “la cantidad de bienes disponibles limitados versus las necesidades crecientes”. El paro que inmovilizó ganado, huevos, verduras e hizo sacrificar pollos y pollitos, también tocó otros intereses: ¿y si nos quedamos sin gasolina?, ¿se amontonarán las basuras?, ¿escasearán los productos de primera necesidad? No es pesimismo, es el peor de los casos posibles y supone maniobras para provisionarnos con lo esencial.
Normalmente no maniobramos ante el desabastecimiento, dado que nuestro medio proporciona mucho a lo largo del año. Si nuestros vientos fueran huracanes, ya estaríamos acostumbrados a los enlatados, el radio de baterías, la linterna y el agua, que en el país del norte provisionan tan bien.
En economía, hablar de escasez, es como hablar de lo indeseado, como son para muchos las desgracias, el infortunio o la muerte. El ejercicio de suponernos sin esto o aquello, evidencia nuestros limites y nuestra capacidad y fraternidad. La contrariedad es escenario en el que aflora la creatividad y la autenticidad de la persona. Después del acontecimiento, llega la moraleja, la enseñanza, la reflexión: ¿quién fue solidario?, ¿quién se agremió?, ¿quién se espantó y se fue?, ¿esto adverso que pasó ahora se llama experiencia? Aún no resuelvo la prospectiva pandémica que conllevó a provisionarnos compulsivamente con papel higiénico, quizás para evitar lo engorroso de estar sucios, queriendo asearnos y “con el agua lejos”, como jocosamente se propone en la caricatura actual.
Ante el paro camionero y el conato de escasez, se me sobrevino el Déjà vu, estuve a punto de repetir la historia, un día más y echo al carrito el paquete extra de 24 rollos de papel toilette. Acostumbrados y deseosos de normalidad, no nos seduce pensar en lo contingente, como cuando enamorados, no pensamos que el idilio pueda acabar. Para la próxima -que ojalá demore-, ¿nos apuntamos a más leche y huevos en la despensa o a papel doble hoja por montones? “No es que aprendamos a las malas si no que aprendemos de las malas”