La comunicación es presa de la cultura y la cultura de hoy es abreviada, decíamos que escuchábamos “fuerte y claro” y ahora, que sea “rápido y digerible”. La intencionalidad al comunicar, es sucedida por la forma y la decodificación: lo que quise decir, lo que dije, lo que oíste, entendiste y/o interpretaste y aunque el texto diga poco, el contexto confirma, desvirtúa o agrava. Aunque corto, el mensaje debe ser asertivo y sin la menor duda sobre su propósito. Juan de Iriarte (1702-1771) planteó magistralmente un mensaje con tres matices profundos en el último verso:
“A la abeja semejante,
para que cause placer,
el epigrama ha de ser;
pequeño, dulce y punzante”.
Los símbolos y la iconografía en aspectos políticos, religiosos y diplomáticos, tienen trasfondo y consecuencias profundas. Un dignatario con su gesto, palabra o silencio, puede generar polémica.
Donald Trump en su habitual saludo de manos acercaba a su interlocutor en acto de dominación. Contrario a lo que pensábamos, la mano empuñada y el dedo pulgar hacia arriba, era para los romanos la señal del emperador dictaminando: ¡ejecútalo!, distinto a la lectura de “ok” o ¡todo bien! en occidente.
Winston Churchill en la segunda guerra mundial hizo la “V” de la victoria con la palma hacia adentro, lo que para ingleses, irlandeses y austriacos significaba una vejación. Memorable, la increpante mirada del expresidente Rafael Correa de Ecuador al expresidente Álvaro Uribe de Colombia en el apretón de manos como desagravio tras incidente fronterizo, dos sentimientos distintos en ambos mandatarios.
El beso doble, los tres besos de las culturas orientales o los cristianos ortodoxos y hasta el beso memorable (pintado en el muro de Berlín) entre Leonid Brezhnev, secretario del partido comunista soviético y el presidente de la república democrática alemana Erich Honecker (¿dos hombres besándose en la boca?); exigen ejercicio hermenéutico que delibere si es cultura, tradición o pasión.
El Dalái Lama el año pasado besó a un niño en su boca, un acto que derivó en escándalo, calificándose como “más que afectuoso”. Interpretación moral y social que contrarió los convencionalismos de oriente y occidente.
Las plataformas y redes sociales reducen en un emoticón propuestas y conclusiones de disgusto, acuerdo, felicidad y celebración entre otros, condensados en signos a modo rupestre: caras, manos, banderines, objetos, acciones. El beso, por ejemplo, se representa de muchas formas y se interpreta de muchas otras por el receptor: beso diagonal, unos labios, beso y guiño de ojo, beso con ojos cerrados… ¿Al fin qué? Beso, besito, besote, besos…para traducir formalismo, afecto, sensualidad, atracción.
El relacionamiento actual se asemeja a una torre de Babel, por ello hay que recobrar el buen modo al comunicar. Manos, labios, rostros y corazones son responsables de que intentemos entendernos para transar fronteras, amores o negocios. Ser concretos no garantiza asertividad, el mensaje a veces se deja en: ¡allá usted lo que haya entendido! El silencio, el famoso: “dejar en visto” y no asistir, también son discursos contundentes.