Las normas nos implican, incomodan a unos y complacen a otros. Los consumidores nos sentimos a veces desatendidos por la norma y criticamos que el libre mercado auspicia más a los productores. Dos recientes leyes, de las que aguardo su efectividad o no, nos inquieren e increpan: la ley de sellos negros sobre el contenido de los productos y la ley del uso del plástico.
En principio no entendíamos bien la figura hexagonal negra en las cosas que deliberadamente poníamos en el carro del supermercado. De a poco vimos el luto en la colorimetría de las marcas y más adelante comenzamos a leer mentalmente las advertencias que comenzaban con: “Exceso en”, (vaya forma de aprender lo que debíamos saber).
El impacto fue mayor cuando vimos que algunas solapas de productos alimenticios tenían más de un sello negro. Escuché a dos mujeres adultas en una cafetería hablar de una leche de soya y la relevancia de que tuviera o no sellos para preferirla o descartarla: - ¿Cuántos sellos tiene?, preguntó ávida una de ellas. Introyectamos el asunto del azúcar añadido, las grasas saturadas, trans y el sodio. Pese a la mala gana de algunos sectores, la ley terminó sugiriendo un consumo consciente, una de tantas maneras de cuidarnos y hacer apología al amor propio y al bienestar. Pasamos del desconocimiento de la norma, a la cabal exigencia y propósito de la misma: cuidarnos.
Otro de los casos, es el de la ley de un solo uso del plástico y que nos lleva a hacer una reflexión sobre el aforo de lo que consumimos. Reflexionamos sobre nuestra responsabilidad ambiental, la inutilidad o no de la medida y los casos en que sí, frente a los que no debiera aplicar. Muchos confirman sus buenas conductas de forma espontánea, ante el anuncio de la norma, sin sentirse amenazados por lo coercitivo. Dijo Séneca: “Lo que las leyes no prohíben, puede prohibirlo la honestidad”.
Estas dos recientes medidas cambian nuestras vidas “sin querer queriendo” y eso es lo que me atrae de los fenómenos sociales: que acontecen de la nada incidiendo, hablando en voz alta a unos y en voz baja a otros. Si no te habías dado cuenta estamos hablando de salud pública y medio ambiente, entonces, estás en relación quieras o no. No hay ermitaño que se repliegue totalmente del mundo.
No sé, si oportunas o no, pero es evidente que las nuevas medidas conllevaron a deliberar, argumentar y sustentar sobre lo cotidiano (comida y desechos). Ante la reglamentación queda en apariencia el revelarse o el ajustarse, pero lo que ocurre de fondo, es fascinante: la reflexión de lo que me hace común o no a otros. El asunto de sentirse aludido o no, de concluir si “me toca o no”, es el “fenómeno de implicación” (el asunto también es conmigo).
Tenemos implícita la resistencia a ser reglados, no obstante, a veces la norma entraña eso de “ser cuidados”, aunque para ello tengamos que ser advertidos y vigilados.