Sin odio, pero sin miedo
viernes, 18 de julio de 2025
Sergio Mutis Caballero
Termina el primer semestre del año más difícil que ha vivido la empresa privada en tiempos recientes. Y eso ya es decir bastante. Colombia ha enfrentado la recesión de inicio de los 90, la crisis financiera de finales de esa década y la histórica contracción por la pandemia de 2020. Hemos capoteado devaluaciones, carencias, reformas mal pensadas. Pero esta vez es distinto, porque la amenaza no viene del mercado, ni de la guerra, ni del mundo. Viene desde adentro.
Deber esencial del Estado es proteger, garantizar la seguridad jurídica y conducir el desarrollo. Hoy, hace lo contrario. Ataca, desacredita, distorsiona. Promueve la hostilidad contra empresarios, quienes generan empleo formal, arriesgan capital y sostienen el país real. También contra emprendedores. Con su discurso populista y sus decisiones, acrecienta la informalidad y la pobreza.
El populismo está hoy sentado en el poder. Y como era obvio, no para construir, sino para cobrarse décadas de odio ideológico. Lo hace desmontando instituciones, paralizando la inversión, despreciando la estabilidad. Aunado al pésimo manejo de las relaciones internacionales, en especial con nuestros principales socios comerciales.
No hay confianza sin reglas claras. Sin confianza no hay empresa.
Las cifras lo confirman. El crecimiento económico en el primer trimestre de 2025 fue de apenas 0,3%, una parálisis. La inversión extranjera directa cayó 17%. El desempleo supera 11% en las principales ciudades y el empleo existente se soporta en la informalidad. El dólar volátil, la inversión privada se congela y los sectores productivos están en ascuas.
La inseguridad jurídica es tan grave como la inseguridad callejera. Ninguna empresa sobrevive a la incertidumbre perpetua ¿Quién construye si la propiedad se relativiza? ¿Quién invierte si se penaliza el éxito? ¿Quién arriesga si desde el poder se siembra el resentimiento como doctrina de Estado?
Y sin embargo, aquí estamos. Resistiendo. Adaptándonos. Reinventándonos. No por convicción ideológica, sino por necesidad vital. Porque tenemos empleados, familias, proveedores, aliados. Porque la empresa en Colombia no es un lujo ni una abstracción, sino trinchera de institucionalidad.
El empresariado colombiano, en su mayoría, no se va. No se rinde. Puede estar asediado, pero no derrotado. El reto es grande: transformar, corregir, recortar donde toque, modernizar lo que sea necesario. Es perentorio más cohesión. Actuar como sistema, no como islas.
De igual manera, hay que fortalecer el esfuerzo que han venido realizando algunas ciudades gracias al liderazgo de sus mandatarios locales, como es el caso de Barranquilla, Medellín, Bucaramanga y por supuesto Bogotá, que han venido resistiendo la crisis gracias a apuestas de infraestructura, tecnología como motores que explican esta resiliencia.
Vendrán tiempos mejores. Pero solo si resistimos con sentido de nación. El país no se construye con discursos incendiarios ni decretos populistas. Se construye con trabajo, confianza y empresa.
Que este sea apenas un mal momento. Pero que nos encuentre de pie. Firmes. Sin odio, pero sin miedo. Porque mientras haya empresarios dispuestos a seguir, todavía hay país.
¡¡¡Toca resistir!!!