Esta Colombia nuestra es un territorio mental casi imposible de entender, de catalogar, de discernir, que se debate entre los extremos más extraños de la tolerancia y el libre pensamiento, por un lado, y la mentalidad anacrónica e inquisitorial, por el otro. Es un extraño péndulo que se mueve de lo medieval a lo postmoderno; va y viene entre la evolución y el atavismo.
No han pasado dos meses desde que la representante Cabal clamaba en comerciales de televisión sobre cuán inmoral e irrespetuoso era aquello de las relaciones homosexuales, y que el candidato presidencial del Centro Democrático se declaraba en contra del matrimonio igualitario y de la despenalización de las drogas psicotrópicas. Con el punto de una paz con la guerrilla enredado en la mitad, casi medio país se adhirió a aquellas propuestas, y entonces ese péndulo giró hacia la derecha, con el riesgo de atascarse en ese extremo del espectro.
Pero en menos de quince días, el gobierno reelegido de Santos nombró a dos mujeres homosexuales en el gabinete, que son pareja por demás; un senador del liberalismo presentó un proyecto de ley para legalizar el uso medicinal de la marihuana, y la Corte Constitucional permitió por primera vez que las parejas del mismo sexo puedan adoptar. Entonces ese péndulo que amenazaba con paralizarse en la derecha, ahora parece moverse de nuevo hacia un horizonte progresista.
Lo de Gina Parody y Cecilia Álvarez es en verdad revolucionario y asombroso. Y no lo digo porque Santos las haya llevado al gabinete como cuota, ni como gesto agradecido con una comunidad que se alinderó con su causa electoral; tampoco creo que debería haber cuotas para los Lgbti ni creo que las busquen. Cuando los periodistas empezaron a plantear de modo abierto la condición de lesbianas y pareja de Gina y Cecilia, el verdadero avance lo mostraron realmente ellas, aunque también hay que dar crédito a los medios porque, al menos en los editoriales y columnas que leí, no sentí ninguna intromisión morbosa en lo privado, sino respeto y sobre todo una actitud de abordar sin misterios un hecho que sin dudas sienta un precedente.
Y la respuesta de las dos ministras fue una lección monumental: no escondieron el asunto, aclararon simplemente no estar en sus cargos por su opción de vida íntima sino por experiencia y por trabajo, y hasta ahí paró la cosa. No había nada que ocultar, pero tampoco nada que explicar. Y más allá nadie se puede entrometer. Observando las reacciones de la gente, también es valioso constatar que, de viva voz y poniendo la cara, nadie se manifestó de manera negativa, y que personajes como los Gerlein, los Durán, las Cabales, los Ordóñez y otros miembros del santo oficio se quedaron en silencio. El espacio para la homofobia se redujo a los comentarios soterrados y anónimos de unos foristas para quienes opinar es la ocasión de destilar sus rabias, frustraciones y su mala ortografía. Algo debemos haber avanzado como sociedad.
Lo de la marihuana propuesto por el mayor de los Galán también tiene una intención transformadora, y podría abrir el primer boquete a una lucha contra las drogas que ya va para cuatro décadas sin más resultados que miles de muertos, una geopolítica mundial con decenas de países sin estabilidad gobernativa ni total control de territorios, y una cultura del dinero fácil que ha hecho estragos en la ética de casi tres generaciones. Hasta el medio ambiente ha soportado enormes pérdidas en esta guerra que los gringos libran sobre todo afuera de su espacio. Legalizar la marihuana con fines medicinales puede ser el primer hoyito, pequeño pero cierto, por donde empiece a filtrarse la opción de despenalizar las drogas ilegales y encarar de otra manera el problema de unas sociedades con afición (y necesidad) por los narcóticos.
Mientras exista la maquinaria amoral, multimillonaria y corruptora que da un tráfico de drogas en la sombra, organizado como mafia y resistencia a la persecución de los Estados, es casi imposible la armonía social en muchos países. Y en el caso de Colombia aun más, ya que es el primer combustible y el gran financiador del conflicto político.
Lo del fallo de la Corte sobre la adopción de niños para parejas del mismo sexo también es un avance, pero es ciertamente muy tímido y muy tibio. La exigencia de que uno de los padres tenga consanguinidad con el hijo a adoptar deja varios mensajes no muy renovadores ni libres de prejuicios: uno, los niños son responsabilidad básicamente de los padres, y no del conjunto social; dos, es menos arriesgado entregar un niño a una pareja del mismo sexo si se comparte un parentesco con uno de los padres adoptantes, y, tres, en el fondo la bondad del ejercicio de adoptar cobija a uno solo de los miembros ya que el otro es el padre o la madre biológica. Esto le resta mucho a la intención de sentirse y reafirmarse como grupo familiar por decisión de los afectos y no de la genética.
Bueno, algo es algo…