Con todo respeto, yo no le veo mayor diferencia a la frase de “Dios proveerá”, como fórmula del presidente Nicolás Maduro para solucionar el déficit venezolano por la caída del petróleo, con la de “que Dios me ilumine” pronunciada por José Roberto Herrera cuando fue elegido como conjuez para dirimir el empate en la Corte Constitucional sobre la posibilidad de que parejas del mismo sexo adopten niños.
Todos nos fuimos encima de Maduro ante esa confesión de viva voz de que Venezuela viene a la bartola desde hace varios años por cuenta de una clase dirigente vergonzosa. Al doctor Herrera, en cambio, nadie le dijo nada por su advocación al Todopoderoso en el trascendental fallo que debe impartir en los próximos días para negar o admitir un derecho al que aspiran miles de colombianos. Luego de acogerse a Dios, no obstante, Herrera aclaró que él es católico pero no “fanático religioso” y que más bien proviene de “una estirpe liberal”. Y acto seguido, recalcó que “es consciente de la responsabilidad histórica de su decisión” y que “será ajustada a la jurisprudencia de la Corte y la Constitución”.
Difícil entonces predecir cuál será su veredicto por las señales confusas que transmite. Es que decir estirpe liberal en Colombia es cobijarse bajo un árbol en el que pueden caber Uribe Uribe, libertario radical, o Uribe Vélez, reaccionario de ultraderecha, o López Pumarejo, con sus reformas a la tenencia de la tierra, y Eduardo Santos, con su “gran pausa”, con la que echó atrás esas reformas. Recurrir aquí al liberalismo como ideología es una entelequia tan abstracta e imprecisa como apelar a la iluminación divina.
El conjuez va a acogerse también a la jurisprudencia de la Corte, y este tribunal ha sido audaz y tímido a la vez, como ocurrió en 2014 cuando admitió que una pareja gay puede adoptar pero si uno de los dos miembros es el padre biológico. Ya, además, la misma Corte había decidido que un homosexual pudiera hacerlo como persona individual.
Y, finalmente, Herrera va a ajustarse a lo que diga la Constitución, pero resulta que esta dispone, en el artículo 42, que la familia se conforma “por la decisión libre de un hombre y una mujer de contraer matrimonio o por la voluntad responsable de conformarla”. De ese argumento se cuelga justamente la iglesia católica para clamar por una negativa del conjuez. Monseñor Augusto Castro, en su tono pausado y obispal, aseguró hace unos días que “cuando se habla de la seguridad, muchas veces las Cortes entienden comida, dormida y casa, pero no. (La seguridad) plantea el derecho de que el desarrollo del niño requiere de la figura paterna y materna. No podemos sacrificar la felicidad ni el desarrollo de los niños por darle gusto a los adultos”.
Castro parece no entender que la decisión de adoptar no es una cuestión de “gusto”, de moda o de capricho, sino un acto de amor, de compromiso personal y de responsabilidad social, y más en un país donde, según informe del Icbf publicado en Semana en julio de 2013, cada día llegan 45 niños a esa institución por razones de maltrato, y donde cada año ingresan cerca de 6.000 menores al programa de restablecimiento de derechos, que es el paso previo a la adopción.
El prejuicio enorme y garrafal lo remite a uno a los debates del siglo XVI sobre si los indios tenían alma o no, algo que, entre otras, lograron pelear y sacar adelante los padres dominicos. Con ello, como decía Borges, los negros africanos quedaron abocados a tres siglos de larga esclavitud. La iglesia ya pidió perdón por eso, por los hombres y mujeres que quemó o persiguió, o abandonó a su suerte, pero paralelo a los perdones, y de espaldas a su propio historial de errores e ignominias, se reafirma en desoír lo que la ciencia tenga que acotar.
Por eso, para ella es letra muerta el concepto enviado por Bienestar Familiar a la Corte, basado en opiniones de expertos de universidades de aquí y de afuera, en el cual se afirma que el desarrollo y la orientación sexual de un niño no se ven afectados ni influidos porque crezca con padres del mismo sexo, y que inclusive hogares de este tipo tienden a fomentar valores de inclusión y tolerancia.
De fondo, yo veo una profunda contradicción en esta polémica candente. La iglesia y porcentajes muy grandes de población con mentalidad conservadora estigmatizan a los gay por promiscuos, desordenados, banales y con escasa voluntad de compromiso. Y, sin embargo, cuando esa comunidad empieza a virar hacia la idea de armar familias, establecer lazos más firmes y velar por niños que han sido abandonados, esos mismos árbitros de la moral se escandalizan y, escudándose en Dios, les dicen No.
Entre tanto, sospecho que Dios no quiera meterse en el lío de iluminar a Herrera, y más bien va a dejar que él asuma solo esa cita con la historia.