Si la política es el arte de sumar, sumar voluntades, sumar esfuerzos, y en democracias endebles es, sobre todo, sumar votos, las Farc están haciendo todo lo posible no solo para destruir el proceso de paz sino para que su entrada en la política sea un fracaso estruendoso.
¿Cuántos votos irá a tener su futuro partido político en Buenaventura, tras estos cuatro días sin energía eléctrica por la voladura de unas torres de alta tensión? Algo parecido cabe preguntar en Orito (Putumayo) y Puerto Gaitán (Meta) también sin luz por causas similares. ¿Cuántos adeptos sumarán en Granada y Fuentedeoro, en la zona del Ariari, luego de que se quedaron sin acueducto regional en estos días por un atentado guerrillero?
Además de esto, y en escasas tres semanas, atacaron camiones cisterna petroleros en Puerto Asís, con derrame de 10 mil galones de crudo. Y lo peor: el asesinato de dos niñas, una en Arauca, y otra en Miranda (Cauca), una de 3 y la otra de 2 años, por ataques a la Policía, pero con armas de destrucción que no tienen en cuenta los daños colaterales.
¿Cuánto respaldo lograrán en Tumaco (Nariño), donde, según informe de Human Rights Watch, a la fecha siguen perpetrando asesinatos, desapariciones, torturas, secuestros, extorsión, amenazas de muerte y siembra de minas antipersona?
Yo me declaro derrotado para entender a qué están jugando las Farc. Acabamos de pasar un proceso electoral en el que el objetivo de la paz logró reversar una increíble victoria en primera vuelta de la ultraderecha por casi medio millón de votos. Unas elecciones en las cuales el país se polarizó alrededor del diálogo en La Habana, y el respaldo a su continuidad apenas logró superar por menos de seis puntos a quienes claman por terminarlo y arrasar a la insurgencia por la vía militar. La escalada de Zuluaga en menos de dos meses fue impresionante y su gran explicación fue su postura negativa a los acuerdos de paz. El campanazo a las Farc no pudo ser más claro. ¿Entonces?, ¿Qué les pasa por la mente a estos señores?
Las Farc llevan derrotados políticamente más de 25 años, desde que en su séptima conferencia, en la región del Guayabero en 1982, decidieron focalizar su acción en la estrategia militar y dejar a un lado para siempre la opción del adoctrinamiento y el trabajo de base con comunidades. La lógica, refrendada en su pleno de 1989 y luego en 1993, fue la toma del poder por la fuerza, junto a golpes sistemáticos a la infraestructura y al sector productivo del país. La única estrategia entonces fue la guerra, con sus costos gigantescos en imagen y en respaldo popular. Todo, además, justificado con el argumento abominable de “en la guerra pasan muchas cosas duras”, que repetía Jojoy de manera maquinal. De ese modo, arreciaron el boleteo y los secuestros en el campo, primero a terratenientes y luego a simples labriegos; vinieron las “pescas milagrosas” en las carreteras en las que bajaban a la clase media de sus carros y a la clase baja de los buses intermunicipales, se los llevaban y cobraban extorsiones para soltarlos (con los verdaderamente ricos casi nunca se han metido, excepción de El Nogal, La María, y un corto etc.). Comenzaron los ataques a pueblos en los cuales para destruir una estación con cinco policías devastaban dos manzanas enteras de casas y morían los cinco uniformados pero también cincuenta o sesenta civiles. “Es la guerra”, repetía burlón Jojoy. En Bojayá, para hacer salir a diez o quince paramilitares de una iglesia asesinaron a punta de pipetas de gas a 130 personas, todos afrocolombianos, todos de ese pueblo golpeado y hambreado que ellos dicen van a redimir. Y llegó la toma de políticos como rehenes en las que se llevaban a dirigentes inermes y casi siempre inofensivos (porque con los verdaderos corruptos y caciques de los grandes directorios nunca se han metido. Son cobardes y es más fácil llevarse a Íngrid indefensa que a los Gerlein, los Name o los Yepes, con su séquito de escoltas).
En fin, rompieron vínculos con la población por focalizar en su estrategia de la fuerza y el terror. En el fondo, todas estas cosas execrables podrían llegar a entenderse en el panorama de una guerra sin término a la vista. Pero, a las puertas de una firma de paz de aquí al 2015, y con proceso electoral en las regiones ese mismo año, es suicida y definitivamente imbécil seguir restando votos de este modo.
Es la guerra, es verdad. El gobierno no quiso aceptar un alto el fuego bilateral, es verdad. Pero es que el Gobierno (y menos este que ya quemó su reelección) no necesita persuadir a nadie de que voten por él. Es el establecimiento y ahí estará siempre, inclusive con un 60% de abstención. Las Farc, en cambio, deben entrar a convencernos sobre por qué votar por ellos. Qué mal lo están haciendo a un año de sus posibles primeras elecciones.