Sentado hace una semana en un restaurante sobre la calle 10, en pleno Poblado, en Medellín, me llamó la atención ver moverse por esa avenida a decenas, que podían ser centenares, de monos, altos, ojiazules, con toda la facha de turistas gringos, casi todos mochileros. Varios entraron al restaurante y se salieron al ver el menú con sus precios altos. Entonces, mis anfitriones me la soltaron así, de repente y bajando la voz: “Es que Medellín se está convirtiendo en un destino mundial de turismo sexual y de drogas”.
Cinco días después vino el escándalo por el famoso reportaje de Guillermo Galdós en el 4 Channel británico, titulado “Se venden vírgenes en Colombia, en el más grande prostíbulo del mundo”. Del alcalde Gaviria para abajo se pronunció la sociedad antioqueña por el trato injusto, por la mala imagen, por la desconsideración con una ciudad que está superando épocas negras, por la tendencia de los medios extranjeros a mirar lo negativo.
Vamos por partes: lo primero es que hay una realidad aterradora de trata de personas, de prostitución y de micro tráfico de estupefacientes que se desbordó y que ni el Gobierno Nacional, ni Cartagena, ni ahora Medellín, han asumido con seriedad. No tengo reparos morales contra la prostitución ni contra el consumo de drogas; una y otro son actividades que ninguna sociedad ha logrado ni ha querido erradicar, y que inclusive tienen sustentos profundos en la mezcla abyecta, pero humana, de represiones, tabús, crianza, falsas creencias, pulsiones, relación de los géneros. Y en el centro de todo, una civilización construida alrededor del valor del lucro y la economía, que tuvo que inventarse, para sobrevivir al horror, sus propios vicios y sus evasiones. Lo que va más allá de cualquier consideración es que niños o niñas deban prostituirse, por las razones que sean. Ahí no solo el Estado sino la sociedad entera deben levantarse, clamar, castigar, reprimir. No puede haber permisividades ni excusas.
Si lo que dice Galdós es cierto en una décima parte, lo de menos es la imagen externa de Medellín o de Colombia, y lo vergonzoso es descubrirnos y preguntarnos qué nos pasó como sociedad, en qué momento perdimos toda frontera entre lo bueno y lo malo, en qué instante de nuestra evolución logramos relativizar de este modo las cosas para que turistas o propios vengan a comprar la virginidad de una menor de 10 años.
Ahora bien, y sin caer en la tonta trampa de acusar a la prensa por su amarillismo maléfico, sí creo que hay una intención sensacionalista en Galdós, y un manejo de la información que de algún modo falta a la ética y a los principios universales del periodismo. Eso se evidencia desde el mismo titular cuando habla de Medellín como “el mayor burdel del mundo”. En la actividad de informar un requisito es que las fuentes tengan autoridad; esto es, que quien habla esté sustentado en su representatividad, en su profundidad intelectual, en su experiencia, en su reconocimiento, y mucho más si lo que expone va a lesionar a alguien o a todo un grupo. Me parece pues irresponsable titular de ese modo cuando en el cuerpo del texto escrito por Galdós dice: “Un colombiano una vez me contó que ‘si usted pone un techo sobre Medellín, sería el burdel más grande del mundo’ ”. ¿“Un colombiano”?, ¿“una vez me contó”? Un colombiano puede ser cualquiera o no ser nadie. Y sobre ese testimonio anónimo de alguien que afirmó eso en quién sabe qué contexto o con qué intenciones, o en qué momento (“una vez me contó”) y en qué circunstancias, el periodista arranca su nota.
Se dirá que las fuentes de Galdós son representativas porque en ellas se incluye a las víctimas. Es probable, pero ahí viene el segundo gran defecto: todo su reportaje se construye en testimonios personales o en declaraciones informales o del bajo mundo, con lo cual hay un sesgo estructural, y se atenta contra una regla básica que es la del contraste de la información, esto es lo que podrían haber dicho las autoridades, los académicos, las organizaciones de la sociedad que trabajan el problema. El reportaje tiene una sola óptica y eso es grave, mucho más si sus consecuencias perjudican a una ciudad y a un país.
Escuché la entrevista que le hicieron a Galdós en Blu Radio y aparte de una gran arrogancia, no consiguió explicar las serias deficiencias de su trabajo y solo repitió y repitió que lo escandaloso es que esas cosas existan y no que se divulguen.
Ahora bien, lo central es esta posible realidad de que Medellín se esté convirtiendo en un destino mundial de drogas y prostitución. Sin ningún moralismo, es una pésima noticia: por un lado, involucra el destino y futuro de miles de niñas vendidas o esclavizadas, genera focos de hampa y violencia, pone a circular enfermedades a mayor escala, atrae viajeros de quinta categoría, de los que no gastan ni en restaurantes, y hasta atrae a reporteros sensacionalistas.