La semana pasada volvimos a comprobar que la justicia en este país es risible, que no merece respeto y que no creen en ella ni siquiera los que la administran. ¿Cómo se le puede exigir a un ciudadano común que respeten las leyes, que se acoja a las decisiones judiciales, cuando en los dos últimos años, y con el aval de todo un expresidente y hoy senador, han terminado huyendo del país personajes como María del Pilar Hurtado, Andrés Felipe Arias y Luis Carlos Restrepo, por fallos de jueces que les fueron adversos. Y Sandra Morelli, también fugitiva (quizá no en el tecnicismo legal, pero sí en la práctica), termina diciendo desde Roma que todo aquello está bien, que esos tres no deben volver porque no hay garantías. ¿Y si no hay garantías para esos altos mandos, por Dios, para quién va a haber garantías en este país?
Son casos ciertamente aberrantes y es doloroso constatar que somos un pueblo pendejo y que nuestra propia clase dirigente se burla de todos nosotros. A Arias, después de una fuerte presión desde varios flancos, incluyendo columnistas y notas de prensa, un juez le dio el beneficio de la libertad condicional, para que pudiera defenderse mejor, pues no constituía ningún peligro para la sociedad. Y apenas él vio que lo iban a meter preso, que el fallo en su contra era inminente, se nos fugó a Miami con la estratagema de un criminal que va sacando lentamente sus cosas hasta perderse del todo. Una gran lección de honradez.
El caso de Luis Gabriel Miranda era un asunto menor de no haberse sumado tantas cosas vergonzosas esa misma noche y al día siguiente. Lo de menos eran los actos obscenos que podría estar cometiendo su hijo. Es tonto desviar las cosas hacia ese aspecto tan intrascendente. Como esto no es Suiza, lo de estar conduciendo un auto oficial asignado a su padre también pasa a ser un asunto trivial. Tampoco cabe recabar en que el muchacho salió del país al día siguiente, porque parece que ese viaje estaba planeado con antelación. Lo verdaderamente grave es que el hombre que preside el más alto tribunal del país llegue amenazando a la Policía con su investidura, pero sobre todo que decida saltarse los procedimientos, y se lleve a su hijo a casa por decisión personal. Ah, además con el apoyo de la mayor Érika Castellanos, jefe de seguridad del Palacio de Justicia.
Hay demasiadas incógnitas alrededor del caso, pero las más importantes tienen que ver con la herida en la boca que presentaba el muchacho Miranda, con las lesiones a uno de los patrulleros, reportadas en el informe de la Policía; con la confusión sobre por qué terminaron llevándolo al CAI y qué protocolos estaban siguiendo allí, y, sobre todo, ¿por qué el magistrado no acudió con su hijo a Medicina Legal, si comprobó que lo golpearon arbitrariamente?
Lo que podría haber sido un escándalo menor por el hijo de un poderoso detenido en un CAI en un auto oficial, terminó en este fabuloso escándalo por la actitud de Miranda esa noche y sus declaraciones del día siguiente. Así, aseguró que su hijo fue “fuertemente golpeado durante el procedimiento policial (…) Me dirigí de inmediato al CAI, en reacción humana que tendría cualquier padre buscando salvaguardar la integridad de los suyos (…) Me exalté al ver las heridas en su rostro, y como papá y ciudadano exigí las explicaciones del caso”.
Es infortunado que Miranda apele al libreto de papá normal y corriente para disculpar su actuación, porque un papá normal y corriente no llega con la jefa de escoltas del Palacio de Justicia, que además arribó exigiéndoles respeto a sus compañeros policías y ordenando apagar cámaras.
Contaba Darcy Quinn este miércoles que la Corte está a punto de emitir un comunicado en el cual respalda a su Presidente y sus actuaciones alrededor del caso del hijo. En un país serio ocurriría exactamente lo opuesto, pero no repitamos esa frase manida y digamos mejor que es altamente probable que las cortes de hace unos años, las de Reyes Echandía, Medellín, Gnecco, Patiño Rosselli, Gaona y tantos hombres probos sacrificados en noviembre del 85, o, sin tener que ir tan allá en el tiempo, los tribunales donde estaban Henao, Ibáñez, Gaviria, o Arrubla ya le hubieran solicitado la dimisión a Miranda.
Pero es que esta justicia de hoy es en verdad un chiste, un mal chiste que se burla de nosotros todos los días.