Analistas 13/12/2016

¿Dónde está la bolita?

Silverio Gómez Carmona
Economista y periodista

En el país hay una propensión inconveniente de creer que si alguien es buena persona, con cartel académico y lejos de la odiada politiquería, merece el reconocimiento a una gestión específica. La verdad es que esas cualidades deben ser condiciones naturales de quién ejerce funciones públicas, pero no califican su trabajo y realizaciones concretas.

Un caso es el del gerente del Banco de la República, que tiene a su cargo la política monetaria cuyo principal objetivo es preservar la capacidad adquisitiva de la moneda, en coordinación con la política económica que busca un mayor crecimiento y más empleo. Lo estableció así la Constitución de 1991.

Los gerentes del Banco desde que arrancó el nuevo esquema, hace 25 años, han sido juiciosos en mantener la independencia técnica del Banco y han enfrentando embates políticos, lo cual debe reconocerse sin duda. Y el gerente saliente ha tenido una pulcritud admirable en ese sentido. 

Sin embargo, la evaluación reciente del manejo de política de la junta y de su coordinador, el gerente, no resulta tan destacable en los mismos términos, pues los resultados lo demuestran con toda contundencia, en buena parte porque se cree a ciegas en algo que hoy ni siquiera ya lo comparte el FMI, que la política monetaria es el alfa y omega todo, cuando otras variables como el manejo fiscal y los asuntos sectoriales son determinantes para alcanzar un mayor bienestar, por lo que la coordinación con el Gobierno debe jugar un papel determinante para lograr armonía en la instrumentación. 

La situación de los dos últimos años lo certifica. Como consecuencia del Fenómeno de El Niño, la inflación de alimentos comenzó a subir desde los primeros meses de 2015 y no hubo acciones de coordinación Banco-Gobierno para enfrentar el aumento de precios de los productos del campo, que en mayo de ese año ya llegaba a más del 7% anual. Más bien ocurrió lo contrario: inexplicablemente, al Banco le parecía normal que la devaluación llegara a 65% anual en agosto de 2015. Solo cuando la espiral alcista se hizo irreversible se comenzó a subir con desespero la tasa de interés básica desde septiembre 20/15 y llevarla de 4,5% a 7,75% en solo 11 meses, cuyo impacto sobre la economía no se hizo esperar: de un crecimiento trimestral ascendente del PIB de 3,1%, 3,2% y 3,4% entre marzo y diciembre del año pasado, se pasó a  2,5% y 2,0% en el primer semestre de 2016 y a un “mediocre” 1,2% en septiembre. No hay que ir muy lejos para encontrar buena parte de la explicación. 

La inflación se ha reducido en forma importante desde el pico de julio (8,97%) hasta poco menos de 6% a noviembre, pero en sentido estricto no por efecto del manejo de las tasas de interés, sino porque salieron las cosechas en este segundo semestre. La inflación de alimentos pasó de 15,71% en julio a 7,54% al comenzar diciembre. Un asunto de oferta que generó la ola alcista se manejó con el clásico instrumento de la demanda. 

Un análisis similar sobre el manejo se puede hacer con lo ocurrido en el sector externo de la economía colombiana: se llegó a acumular un déficit en cuenta corriente de casi 7% a finales del 2015 y en este año se ha reducido a poco menos del 5%. Pregonar victoria por esa reducción no tiene mucha gracia cuando ese ajuste se ha hecho vía importaciones y no por un aumento de las exportaciones que se creía vendría con la mayor tasa de cambio; las ventas al exterior del país viven un verdadero desastre y no solo por petróleo y minería. Las exportaciones industriales son el 60% de las registradas hace tres años y en el primer semestre de este 2016 no se exporta ni la mitad de lo que se vendía en 2008. Ciertamente no es culpa de la junta del Banco ni de su gerente, sino básicamente por el bajo nivel de anticipación de la política sectorial, aunque el Emisor no puede seguir indiferente sobre el asunto en una concepción moderna de la banca central.

El nuevo gerente del Banco de la República, el de mayor pragmatismo de los aspirantes, tiene una gran misión más allá de conservar la pureza institucional: promover una gran coordinación con la política económica del Gobierno, lo cual se le facilitará por ser tan cercano al primer mandatario y amigo personal de Minhacienda. Contrario a lo que creen muchos, esto resulta bueno en este momento sin que implique la pérdida de pureza conceptual, pero además será solo por 18 meses de compartir el trabajo. La política ha pasado a ser un elemento fundamental del análisis económico y eso lo sabe Echavarría porque ha estado cerca a ella. Y fue escogido (o impuesto) no solo por esa cercanía sino porque tiene un cartel profesional, que le permite decir sí o no y no dejarse presionar. Un estilo Néstor Humberto Martínez en la Fiscalía. Ambos son buenas personas, pero se requiere más que eso.

Hoy los economistas tienen que dejar el dogma. Para ello deben ampliar su visión y utilizar nuevas variables para analizar la economía e intentar descubrir hacia dónde va, es su gracia y encanto en un área que se discute si es una ciencia. Por ejemplo, el expresidente de la Reserva Federal Alan Greenspan, seguía sistemáticamente asuntos como las ventas de ropa interior masculina como indicador de crisis. O en Wall Street analizan el costo de la hamburguesa con queso y tocineta para saber cómo va la inflación. 

Y algo más: las tendencias de la economía mundial plantean varios retos a los bancos centrales, generalmente nacionales y cerrados, cuando los problemas son globales e interconectados golpeando más duro a los países emergentes que se han abierto y menos a los más grandes que hacen lo contrario, lo cual no se arregla solo con dejar flotar la tasa de cambio. Las tasas nominales de interés negativas, inconcebibles en el texto, castigan duramente a la rigidez teórica y señalan una nueva visión en la que la ortodoxia tampoco es el único camino. Así es el mundo en el que las máquinas de billetes y las monedas físicas de los bancos centrales tienen los días contados.