Oportunidad única para Colombia
El 2021 llegó para seguir replanteando nuestras interacciones con el mundo, en especial con ciertas actividades, productos y costumbres que suponen un impacto negativo en nuestras vidas. No cabe duda que los últimos 12 meses representan un esfuerzo colectivo de resiliencia y adaptación a nuevas maneras de trabajar, interactuar con nuestros seres queridos y hasta, de construir hábitos de vida que, aunque no nos garantizan mantenernos a salvo de los efectos de una pandemia, sí nos han ayudado a sobrellevar una exposición a un riesgo de salud y a reducirlo.
Este enfoque no es nada nuevo; la idea de reducir los riesgos y daños de ciertas conductas ha sido históricamente una de las maneras más eficaces, rentables e inclusivas de combatir las molestias y fenómenos de gran impacto en salud pública.
La mayoría de las actividades, costumbres y productos que hacen parte de nuestra cotidianidad suponen un riesgo. La mayoría de estos riesgos pueden ser mitigados a través de desarrollos tecnológicos, estudios científicos y soluciones innovadoras y disruptivas, que se oponen al prohibicionismo absoluto en detrimento de las libertades humanas. Pero como todos los extremos son nocivos, la propuesta de una regulación inteligente que defina formas más seguras de continuar con nuestra vida es la opción.
Por ejemplo, a pesar de que los accidentes de tránsito son cada vez más frecuentes, no podemos prohibir los viajes en medios de transporte como carros, motos o aviones. No obstante, sí podemos desarrollar normas de seguridad y tecnologías que disminuyan el impacto de los daños asociados, tales como cinturones de seguridad, cascos, tecnología automotriz, airbags, prendas de vestir especializadas, entre otros.
El enfoque de reducción de daño se ha convertido en un pilar de acción importante en salud pública, materializado en programas, prácticas y políticas concretas que minimizan los impactos negativos, en aspectos sociales, legales y de salud, asociados a ciertas conductas. Este enfoque, basado en la capacidad de decisión y acción de los sujetos, ha demostrado ser efectivo, estar fundado en evidencia científica y tener un impacto positivo en la salud individual y colectiva.
Un ejemplo de esto último es lo que se ha implementado en la industria del tabaco y nicotina, en donde por medio de la ciencia, innovación y tecnología se logró la reformulación de sus productos. Mediante la eliminación de la combustión del tabaco, los fumadores actuales y adultos pueden migrar a mejores alternativas para el consumo de nicotina, sin fuego, sin ceniza y sin los mismos niveles de componentes nocivos que se originan en el proceso de combustión de un cigarrillo, pero manteniendo parte de la experiencia y conducta que el usuario fumador adulto está buscando.
Este enfoque requiere del trabajo conjunto de todos los actores de la sociedad. Por un lado, la industria debe seguir invirtiendo en estudios, investigaciones y tecnologías que le permitan ofrecer productos y servicios que puedan representar un menor riesgo para sus consumidores. Por otro lado, los gobiernos tienen la misión de reglamentar estas innovaciones con perfiles de riesgo más bajos, las cuales requieren de un tratamiento diferenciado que permita que las personas accedan de forma segura a ellas.
Finalmente, está el consumidor, que tiene el derecho y deber de informarse sobre los riesgos asociados al consumo y, teniendo como referente la información científica disponible, poder tomar una decisión consciente.
Es fundamental que miremos objetivamente los beneficios que pueden obtenerse al implementar un enfoque que reduzca los riesgos y daños. En este momento de retos y cambios donde aprendimos a ser resilientes es el momento para reconocer que el mundo cambió y que el planteamiento de “Reducción de Daños” representa una oportunidad de oro para Colombia.