“La historia no se repite, pero rima” es una frase atribuida a Mark Twain, que, a la luz de los recientes eventos en nuestro país, retumba sin compasión y con furia, generando zozobra y trayendo recuerdos de tiempos peores a abuelos, padres e hijos, en las ciudades y en el campo, a simpatizantes de derecha, centro o izquierda.
Nuestros abuelos vivieron aterrorizados ante la violencia liberal y conservadora que por décadas azotó Colombia. Nuestros padres sintieron las bombas estallar y vieron a políticos, periodistas y policías caer asesinados ante la despiadada campaña terrorista del narcotráfico de los 80s y 90s. Mi generación vivió atemorizada y escondida en las ciudades ante la proliferación del secuestro y la extorsión de las guerrillas en los años 2000. El pánico nos invade cuando pensamos que nuestros hijos vivirán otro ciclo de sangre y sufrimiento, que el sueño de una Colombia en paz se desvanece entre los gritos furiosos de los políticos y las explosiones ensordecedoras de la pólvora.
Murieron Gaitán, Galán, Pizarro, Gómez Hurtado y Jaramillo Ossa; Fidel Cano y Jaime Garzón; Enrique Low Murtra, Hernando Baquero Borda y Guillermo Gaviria. La violencia no ha discriminado profesión, región ni afiliación política; las páginas de este periódico no tienen espacio para anotar los nombres de todos los colombianos que han perdido su vida en el huracán violento que ha azotado nuestras tierras desde principios del siglo XX, y cuyo espiral vemos con horror formarse amenazante en el horizonte.
Dudo mucho que mirar hacia atrás sea el camino. Entender el pasado sirve para evitar repetir errores, pero para cruzar esta tormenta la luz que necesitamos no es la que emite las ráfagas de los fusiles, ni creo que el llamado que nos guíe sea el de los discursos divisivos de políticos enardecidos por nuestro miedo. Creo que la fuerza que mejor nos impulsaría es la de un proyecto común que nos de ilusión de construir un país mejor. No discuto que una precondición es una institucionalidad fuerte que garantice nuestra seguridad. Sería ingenuo creer que podemos soñar con miedo, o que los anhelos prosperarán en un país con desconfianza e incertidumbre, pero no confundo una exigencia al Estado para garantizar nuestros derechos, con la necesidad de ponernos como ciudadanos una meta inspiradora para los próximos 25 años.
¿Cómo queremos que sea Colombia en 2050? ¿Cómo vamos a preparar a nuestros jóvenes para un mundo en que viviremos en cercana conjunción con la inteligencia artificial? ¿Cómo vamos a transformar nuestras industrias para proveer productos y servicios que apalanquen nuestra recursividad, creatividad y resiliencia? JFK unió a los estadounidenses con el sueño de llegar a la Luna, y Schuman y sus aliados lograron preservar a Europa en paz con la visión de un mercado conjunto. No construyeron con odio y señalamientos, inspiraron con un futuro mejor, y no veo por qué nosotros no podemos anhelar un país extraordinario para todos los colombianos y usar ese ideal como faro para caminar unidos, con menos gritos, con menos ruido, con más ideas y más acciones.
Esta misión no recae en un mesías. Es una labor mancomunada en que todos: políticos y empresarios, empleados, obreros y campesinos, policías y militares, abuelos, padres e hijos, debemos unirnos. Mirar y caminar hacia adelante es la única manera de romper el ciclo. Que el ruido de las armas no nos aturda, que la visión de la sangre no nos ciegue, que la ilusión conjunta nos movilice a trabajar unidos.