2017 plantea enormes retos. El año comienza con la incertidumbre que se desprende de la posesión de Donald Trump como presidente del país más poderoso del mundo, este 20 de enero. Aun no hay claridad sobre la dirección en la que el señor Trump piensa, o puede, llevar a Estados Unidos, pero los escenarios posibles son desafiantes, por decir lo menos.
El ¨modelo¨ económico que plantea Trump tiene como fundamento incentivar el desarrollo del sector privado a través de enormes recortes de impuestos. Esto podría funcionar, de no ser por que se propone simultáneamente un gran programa de gasto en infraestructura - incluyendo el famoso muro - para reactivar la economía, lo que fiscalmente no suma. Por lo tanto, el gasto se financiará con deuda pública, profundizando los desequilibrios de la economía. Si se tiene en cuenta además que la Fed ha comenzado ya su ciclo alcista, es de esperar un año de menor liquidez a nivel global.
Sin embargo, las aseveraciones más temerarias de Trump se observan en el plano comercial, donde el presidente electo ha amenazado con elevados impuestos a las importaciones a todas las empresas que decidan producir fuera EE.UU. El encerramiento que propone Trump para EE.UU. va más allá del muro; cuestiona los beneficios de la globalización y busca devolver a EE.UU. los empleos generados en países de menores costos como China.
Si bien la globalización sin duda ha generado perdedores (así como ganadores), es difícil creer que se pueda decretar un aumento del empleo forzando a las empresas a asumir mayores costos. Puede haber mayor empleo en el corto plazo, pero las empresas verán reducidas sus utilidades y su inversión en el mediano plazo. Asimismo, los países a los que Trump ataque con aranceles con alta probabilidad responderán con la misma moneda. Los grandes perdedores serán los consumidores alrededor del mundo.
Ahora, no es posible desconocer la realidad de la elección de Trump y es la presencia de un segmento grande de la población que se siente dejado atrás por un modelo económico que sólo beneficia a unos pocos. La desigualdad ha vuelto a ganar importancia en los debates de economía; se ha demostrado que las implicaciones sociales y políticas de la desigualdad, incluso en un escenario de prosperidad económica, pueden ser nefastas. Esto plantea un reto para el mundo entero.
Otro ejemplo no muy distante de descontento social se hizo evidente con el denominado Brexit. Esta semana, Theresa May dará a conocer los detalles de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, que deberá materializarse antes de marzo de 2019; esto tendrá complicadas implicaciones sobre la inmigración, el comercio y la competencia en la UE. Los mercados financieros internacionales no serán ajenos a la volatilidad que resulte de las disputas domésticas en la UE.
En el vecindario, el gasolinazo de México, la corrupción en Brasil, el cambio de rumbo en Chile y la desesperada situación de Venezuela, suman a un escenario mundial y regional altamente incierto.
Este año nos obliga a reconocer el estrecho vínculo que hay entre la realidad social, la política y la económica. Si la prosperidad económica no le llega a todos, es difícil convencer a la sociedad de que está mejor, así lo esté. Y las consecuencias políticas las estamos viendo.