La economía colombiana parece tener un comienzo de año difícil. Las ventas al por menor cayeron 7% en febrero; la contracción más profunda desde 2009. Esto, sumado a los bajísimos niveles de confianza del consumidor, desde hace ya seis meses, revela una demanda privada más débil de lo anticipado. El pesimismo de los consumidores sorprende, considerando que la tasa de desempleo, en 9,7%, se mantiene por debajo del promedio de los últimos cuatro años.
Esto podría explicarse por una cadena de eventos que ha incrementado la incertidumbre; primero el plebiscito por el acuerdo de paz, su fracaso en las urnas y las dudas sobre lo que esto implicaba para el proceso de paz, posteriormente la aprobación de la reforma tributaria cuyos efectos comenzaron a sentirse en enero de este año, adicionalmente está el escándalo de Odebrecht y la incertidumbre acerca de sus implicaciones sobre la economía y la política colombiana. Ahora, comienza oficialmente el período electoral en Colombia, en un entorno altamente dividido, lo que le suma a la incertidumbre de los consumidores e inversionistas.
No obstante, da la impresión que los colombianos son excesivamente cautelosos, y tenemos una visión sobre la actividad económica más negativa que la que tiene el resto del mundo. Si bien es cierto que la economía colombiana crecerá menos este año -probablemente cerca de 2%- este resultado supera el promedio estimado para América Latina en 2017.
Los indicadores macroeconómicos, en general, están mejorando. El déficit en cuenta corriente se está reduciendo más rápido de lo esperado, pasando de más de 6% en 2015 a un nivel esperado de 3,6% del PIB este año. Si bien es cierto que la corrección se está dando vía menores importaciones en lugar de mayores exportaciones, la vulnerabilidad externa se ha reducido, y esto se refleja en la tasa de cambio.
La inflación también está reduciéndose. Si bien permanece por fuera del rango de meta del Emisor, la mayoría de analistas espera que esté por debajo de 4% el año que viene. De otra parte, el Banco de la República está bajando tasas, lo cual debe eventualmente reanimar el crédito y por esta vía darle un empujón a la economía.
Por lo tanto, desde afuera, los inversionistas ven en Colombia una economía razonable cuando se le compara con sus pares. Valoran su estabilidad; no crece demasiado, pero tampoco se contrae. El principal lunar es el tema fiscal, que todavía no se corrige, pero aun así, los niveles de déficit y deuda no son alarmantes cuando se comparan con los de nuestros vecinos. De hecho, el FMI recientemente resaltó la resistencia de la economía colombiana dada la magnitud del choque que tuvo que enfrentar. Adicionalmente, aplauden los logros del Gobierno en términos de reducción del pobreza y desigualdad.
Llama la atención que los banqueros internacionales señalen que los locales son mucho más pesimistas frente a la economía. Desde afuera los inversionistas ven una economía relativamente saludable y atractiva para el capital externo. Adentro, en cambio, prima la incertidumbre y el escepticismo. Ahora, hay un tema en el que coinciden locales y externos, y es en la necesidad de una nueva historia, inspiradora, para la economía a futuro. La dependencia en el sector petrolero es alta, y aún no se ha identificado otro sector con el potencial de jalonar las exportaciones y la actividad económica. Sin esto, Colombia permanecerá donde está, sin crecer mucho, ni poco.