Recientemente encontré un estudio publicado por el Instituto Internacional para el Desarrollo Gerencial (International Institute for Management Development), en el que miden el desempeño de 63 países de ingreso alto y medio respecto de tres variables: inversión y desarrollo del talento local; atracción de talento internacional y retención de la fuerza laboral altamente capacitada; y calidad de las capacidades y competencias disponibles. Para 2020, Colombia se ubicó en la posición 58, detrás de países como Chile (41), Argentina (47) y Perú (51), pero delante de Brasil (59) y Venezuela (60).
Mas allá de las posiciones, en las que Suiza (1) y Dinamarca (2) ocupan los primeros lugares, e India (62) y Mongolia (63) los últimos, el resultado captura la capacidad de una economía para desarrollar y atraer el talento y así fortalecer su competitividad. Como es de esperarse, los países mejor ranqueados, además de ocuparse de la educación y formación de sus ciudadanos, están abiertos tanto a personas como a ideas.
En Colombia la educación, en principio es una prioridad, lo que se refleja en que cerca de 4,5% del PIB se invierte en este rubro. Hay cosas para continuar mejorando, pero los avances son notorios. Por el contrario, la apertura a las personas y las ideas no está en la agenda.
En 2015, antes de la migración venezolana, había un extranjero en Colombia por cada 35 colombianos en el exterior. Eso quiere decir que no solo no atraemos talento de otros países, sino que no logramos retener al talento que se forma en el país.
La solución pasa por un tema fundamental: cambiar la visión que existe en el país de la migración. No se trata de abrir las puertas de par en par a cualquier individuo. Se trata de adoptar los cambios para incentivar la llegada de trabajadores altamente calificados, emprendedores con ideas novedosas e investigadores con conocimientos que no existen en el país.
Hasta 2018, con la creación de la Gerencia de Frontera para manejar el flujo de venezolanos huyendo de la crisis, los esfuerzos de las diferentes administraciones en materia migratoria se dirigían hacia la atención de la diáspora colombiana. Ese es un objetivo muy importante sin duda, en el cual hay que lograr un mayor impacto de los programas que se vienen implementando, como Colombia nos une, pero no implica descuidar el otro lado de la ecuación.
En términos de regulación inmigratoria, los esfuerzos del país son recientes y se han dirigido más al ámbito humanitario. La expedición del Estatuto Temporal de Protección, una decisión valiente e innovadora, y la reciente aprobación por parte de la Cámara y el Senado en junio pasado del proyecto de ley de Política Integral Migratoria, que se encuentra pendiente de sanción presidencial, son una apuesta en esa dirección.
Pero necesitamos aprovechar la inmigración para atraer personas e ideas que nos conecten con el mundo y nos den mayor competitividad. Colombia no es el Reino Unido ni Estados Unidos, y no atrae la cantidad de migrantes calificados que llegan a esos países buscando oportunidades. Pero no es el único. Finlandia, con condiciones climáticas que para muchos distan de ser ideales, también tiene que luchar para competir por los migrantes. Por eso montaron un programa para atraer a esos migrantes que requieren. Lo mismo están haciendo países como Canadá, Estonia y Países Bajos.
Como suele suceder, estamos llegando tarde a la competencia por el talento. Una cosa es esperar que la gente llegue. Otra cosa es buscar activamente a esos que deben llegar.